Muchas veces, durante nuestra existencia, pasamos por puntos de inflexión: aquellos momentos de la trayectoria vital en que experimentamos un cambio. También hay momentos de inflexión en la vida de las comunidades y de los pueblos, y en la misma historia de la humanidad. La resurrección de Jesús es el punto de inflexión que abre una dimensión nueva a hombres y mujeres.

Después de enterrado Jesús, nos narra el evangelio cómo las mujeres, tras el reposo sabático, se preparan para hacer las unciones del cuerpo que la tarde del viernes no habían tenido tiempo de hacer. Encontramos una terna femenina que son el primer testimonio de la Resurrección. María Magdalena, María la madre de Santiago y María Salomé. La tradición oriental distingue las diferentes marías, la tradición occidental las confunde. Yo creo que esta terna es muy importante:

De María Magdalena se han dicho muchas cosas y ha alcanzado una gran popularidad. Este año se ha estrenado una película impresionante que la presenta realmente como apóstol de los apóstoles. Una mujer fuerte, trabajadora, que ayuda a los necesitados y que lo deja todo por Jesús. Ella es la primera en testimoniar la Resurrección.

La otra María es la esposa de Cleofás, primo hermano de José, y una de las primeras en adherirse a las enseñanzas de Jesús. Según la tradición tuvo cuatro hijos: Santiago el menor, José Barsabás, Simón el zelote y Judas Tadeo; y dos hijas: Lidia y Lisia, ambas discípulas de Jesús. Por tanto, una madre de familia numerosa.

En cuanto a Salomé, fue también una discípula de Jesús, que lo seguía y lo servía. Según la interpretación tradicional habría sido la madre de Santiago el mayor y Juan el evangelista, y la que había pedido poder para sus hijos, obteniendo de labios del Maestro la lección del servicio.

Las tres mujeres luchan contra una cosa aparentemente imposible: hacer rodar la piedra que cerraba la entrada al sepulcro. Una piedra que insisten que era muy grande. O sea que, ante una evidente asimetría, tenemos tres discípulas madrugadoras, valientes e intrépidas, tres mujeres del pueblo que quieren concluir el trabajo y que no se echan para atrás ante las dificultades. ¡Cuántas veces nos parece que tenemos delante un obstáculo infranqueable y este obstáculo no es tal: la fe mueve montañas!

El papa emérito Benedicto XVI explica que “en la tradición judía sólo se aceptaba a los hombres como testimonios ante el tribunal; el testimonio de las mujeres no se consideraba fiable (…); pero así como bajo la cruz sólo se encontraban mujeres (con excepción de Juan), así también el primer encuentro con el Resucitado estaba destinado a ellas. La iglesia, en su estructura jurídica, está fundada sobre Pedro y los Once, pero en la forma concreta de la vida eclesial son siempre las mujeres las que abren la puerta al Señor, lo acompañan hasta el pie de la cruz y así lo pueden encontrar también como resucitado.” De hecho, ya en tiempos de Benedicto XVI el diario L’Osservatore Romano comenzó a publicar un suplemento femenino muy interesante, muy de frontera: “Mujeres, iglesia, mundo”.

Y aquellas mujeres reciben la anunciación de un joven vestido de blanco, el color de los nuevos bautizados… y el ángel les hace un mandato: que vayan a decir a los discípulos y a Pedro que el los precedirá en Galilea, lugar de encuentro y de amistad. ¡Qué novedad! ¡Qué promesa de una nueva organización de la sociedad anunciada por las mujeres…!

Texto: Jaume Aymar

Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza


 

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