¿Habéis observado la intrepidez de los escaladores? A mí me sorprende y, al mismo tiempo, me hace sufrir un poco cada vez que los contemplo. Sí, ya lo sé, es un deporte en contacto con la naturaleza y que requiere mucha agilidad, pero… qué queréis que os diga, no deja de hacerme sufrir.
Lo cierto es que la escalada no es una práctica de ingenuos. Estos deportistas trabajan con medidas de seguridad. Están bien atados para que, en todo momento, no corran peligro. Y es que hay ataduras que son muy necesarias y positivas. El hecho de que los escaladores se mantengan atados les garantiza un deporte con seguridad.
Es muy curioso y paradójico: en la vida hay ataduras que nos liberan y ataduras que nos impiden la libertad. La atadura que mantienen los escaladores les resulta liberadora de cualquier caída peligrosa. Pero la atadura que podamos mantener, por ejemplo, a actitudes frívolas y banales, nos impide responsabilizarnos de nuestros propios actos. Una de estas ataduras puede ser la tan común adicción a la virtualidad, a internet, a los chats y messengers… ¡cuántas relaciones se han favorecido y, al mismo tiempo, cuántas también se han roto! Porque, cuando el uso se hace adicción, prima por encima de cualquier otra cosa, estropeando a las personas. A veces, este desasosiego por buscar a ultranza un lugar donde conectarse a la red –ya sea por trabajo, por placer o por vacío existencial-, indica una atadura más bien enfermiza.
De hecho, cuando por el sacramento del bautismo decimos que renunciamos a Satanás y sus pompas, estamos diciendo que nos liberamos de querer el mal, de amar el mal. Renunciamos libremente, sin imposiciones ni ataduras. Y, es que, ¡las ataduras pueden ser tan sutiles! Ataduras sociales, ataduras afectivas, ataduras psicológicas… El bautismo nos invita a renunciar, libremente, a permanecer atados al mal y las diversas formas en que se nos presenta. Pero primero necesitamos el deseo de no querer estar atados, partir de nuestra voluntad de no seguirle el juego al mal. ¡Qué liberación tan grande el no querer estar atado al mal!
Al mismo tiempo, tenemos ataduras que, como los escaladores, nos sirven de anclaje y de salvaguarda y no sólo nos dan seguridad, sino que además nos son vitales. Ataduras como la necesaria relación con otras personas, la vinculación afectiva, los lazos de un hogar y un espacio vital de crecimiento, nos son salvíficos, pero dependerá del uso y abuso que hagamos de ellos, ya que también pueden irse enfermando. La atadura que más plenamente nos aportará seguridad, será la que podamos establecer con Dios Padre, una atadura que, ojalá, cultivemos a diario para que nos aporte la paz imprescindible para vivir con nosotros mismos y con cualquier otra persona.
Por Marta Burguet Arfelis
Voz: Ester Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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