Hace unos días visitaba a una amiga, directora de una institución que acoge a jóvenes muchachas inmigrantes sin recursos. Casi todas ellas tienen situaciones familiares de ruptura, abandono o violencia, y están habituadas a recibir malos tratos por parte de sus parejas.
Una de ellas, Carmen, con 26 años, comentaba su situación. Pasó de estar bajo la férrea voluntad de su padre, a estar bajo la de su novio. Ambos acostumbraban a golpearla gravemente. Ella huyó de su casa, ansiando verse libre, y dejar esa “casi esclavitud” en que se encontraba.
Sin embargo, confesaba estar desconcertada. Se encontraba por primera vez ante sí misma. Nunca había tomado sus decisiones. Fuera de aquel cruel dominio, se sentía desprotegida. No sabía cómo encauzar su vida. Incluso estaba tentada de volver a su antigua situación, al temer el vértigo de su propia libertad.
¡Cuántas personas, como Carmen, han luchado arduamente para verse libres de yugos! ¡Y cómo ansiamos las personas este tesoro precioso que es la libertad!
Y sin embargo, no basta con ser libre, la libertad no es lo contrario a la opresión. La persona que vivía sujeta a un dominio de otros tenía, a pesar de todo, ciertas ventajas. Se sentía contemplada, aunque fuese para vigilarla. Protegida, aunque fuese para controlarla. Parte de un conjunto, aunque no pudiese salir de él.
Por eso, al zafarse del yugo, sienten vértigo. La libertad asusta, pues se pierden aquellos aspectos positivos. Y, no obstante, es indispensable ser libre para lograr una verdadera plenitud humana. Pero hay que ir más allá. Las palabras que la directora de la residencia dijo a Carmen expresan muy bien lo que quiero decir. Su tono era cordial y animoso. Le dijo:
“Es pronto para que sepas realmente si quieres volver con tu novio. Pero ten en cuenta que ahora estrenas esta capacidad tuya de decidir. Hace falta que la ejercites. Que vivas a fondo y disfrutes de esta libertad que ahora usas, por primera vez en tu vida. Tú querías salir de la opresión. Y has salido. Pero te falta dar el siguiente paso: aprender lo que es ser amiga de alguien, libremente. Sin que nadie te obligue, ni te retenga por la fuerza. Aprender a querer, simplemente, porque así lo deseas”.
“Te propongo una cosa” –continuó aquella mujer llena de experiencia. “Si así lo quieres, me gustaría que colaboraras en tu tiempo libre con el voluntariado de la guardería. Pero sólo trabajarás en ello mientras así lo desees. Dentro de un mes hablamos de nuevo, ¿quieres?”
Esta mujer ha encontrado un quehacer retador y gozoso. Unas amistades mucho más pacíficas y permanentes. Cuando vuelva a buscar pareja, seguro que ya no buscará quien la domine. Lo contrario de la esclavitud no es la libertad. Este es un paso necesario, indispensable. Pero hay que ir más allá: el amor, la solidaridad, la amistad. Sólo siendo libres podemos amar. El amor es lo único que realmente plenifica nuestra libertad.
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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