Son bonitos los campos de trigo cuando están enhiestos, verdes y plagados de manchas rojas, de sencillas amapolas.
¡Qué hermoso es ver un campo de trigo suavemente peinado por la brisa! ¡Qué tornasol de color verde se expande de extremo a extremo de esos trigales!
Esos inmensos campos de trigo se irán dorando por el sol hasta el día de la siega. Entonces se trillarán: la paja a un lado, para comida de animales y para camas de establo; y el trigo a otro, para poderlo transformar en su día en el pan necesario para la Humanidad.
Uno, realmente, se asombra de tantos kilos y toneladas de trigo que surgen de los campos. Pero aún nos asombra más que todas esas inmensas cantidades de trigo, que deben ser transportadas por potentes camiones, barcos o trenes, se sostengan, sin embargo, por débiles cañitas.
Y esas frágiles pajitas, que aguantan las espigas de trigo, permanecen tiesas realizando su cometido hasta el momento de la siega.
Seguro que si esas livianas cañas las separamos, no aguantarían el más mínimo soplo de viento. Solamente porque están bien unidas, solidarias unas con otras, formando un solo bloque, es por lo que tienen tan gran consistencia.
Si nosotros, los humanos, estuviéramos unidos como las espigas de un campo de trigo –o al menos como un haz-, seguro que conseguiríamos que en el mundo no faltara alimento para nadie. Cada vez más, este trigal inmenso iría creciendo abundantemente, y a nadie le faltaría el pan.
Por Josep Lluís Socías Bruguera
Voz: Alex Borràs
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanz
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