La imagen me sorprendió hace unos días. En la comunidad donde me encontraba celebrando la eucaristía es muy habitual tomarse de las manos a la hora de rezar el Padrenuestro. Desde hace unos años, poco a poco se ha generalizado este gesto que quiere significar lo que se dice en la oración: que al llamar a Dios “padre” y decirle “nuestro”, nos llamamos hermanos entre los que lo proclamamos. Al tomarse de las manos con los de al lado –tanto si son conocidos como si no lo son- asumimos esta fraternidad que lo es por la fe y por la opción y proyecto de vida.
Pero lo que me llamó la atención fue en un momento anterior de la celebración. A la hora de hacer la profesión de fe, de rezar el Credo, vi cómo un matrimonio mayor, de los de toda la vida, se tomaba la mano y no se soltaba hasta que acababa el rezo.
No había visto nunca hacer este gesto en ese momento de la celebración y me causó una fuerte impresión. Pasadas unas semanas, aún le doy vueltas…
No sé porqué lo hicieron ellos ni desde cuándo; no sé si lo hablaron la primera vez o fue un gesto espontáneo que se convirtió en cotidiano. Ni si quiera sé si lo hacen siempre o sólo fue aquel día. Pero se me hizo clarísimo su significado: la fe no se puede vivir ni sostener en solitario. Incluso en los que hacen opción de vida más solitaria –los eremitas, algún tipo de monjes o monjas…- su soledad física no implica soledad interior ni relacional. Primero, porque conviven conscientemente con Dios mismo y, segundo, porque tienen referencias, vínculos significativos, con otras personas que comprenden y quizás incluso comparten su forma de vida.
Sin duda, la fe es personal en tanto que nadie puede hacer profesión por nosotros. Incluso, la representación que tienen los padrinos en el bautismo, ha de ser ratificada en la confirmación por la propia persona bautizada. Y está claro que, fundamentalmente, la fe es don de Dios mismo y no un objetivo que nosotros alcanzamos, pero es necesaria nuestra aceptación libre de este don para que sea una fe realmente viva, que alimente y haga crecer la relación con Dios, y no sólo el cumplimiento de rituales y preceptos.
Todos tenemos experiencia de cómo es difícil mantenerse firme en las creencias, ser fiel a aquello que creemos, con una fidelidad fecunda y creativa. Contrariamente a lo que muchas personas creen –quizás por el tipo de creyentes que han podido conocer o, quizás simplemente, por los parloteos sin fundamento que hablan de todo sin saber de nada-, la fe no tiene porqué suponer una experiencia de sumisión, de renuncia a la libertad y a la autonomía, de rechazo al uso de la razón… Esta es una visión muy reducida de la realidad del cristianismo.
Pero volvamos a la imagen que comentaba al comienzo: tomarse de la mano, unirse a otro para decir “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…”. Sí, todo un signo que también expresa lo que dice: que la fe no es un ejercicio de estricta individualidad, no, al menos, la fe cristiana. La comunidad es imprescindible para el sostenimiento y desarrollo de lo que creemos. Los momentos difíciles, las noches obscuras, las interrogantes… necesitan de la presencia de los otros que se convierten en acompañantes, luz, palabra con sentido, bastón y sombra, al cobijo de la cual nos colocamos cuando no acabamos de salir adelante. A veces, en la experiencia de fe necesitamos “chupar rueda” como los ciclistas, es decir, pegarnos a otro que va delante, cortando el viento y abriéndonos camino para que nuestro avanzar sea más ligero. Claro que no siempre podemos ser el segundo o el tercero… Pero humildemente hemos de reconocer que, en algunas circunstancias, sobrevivimos gracias a la experiencia de fe de otro, suficientemente fuerte e iluminadora como para dejarnos permanecer así temporalmente.
De igual manera, esto no sólo nos pasa en los momentos complicados. También la experiencia de plenitud creyente necesita de los demás para ser compartida. También nos tomamos de la mano para expresarnos el gozo, la emoción, la conmoción que supone, por ejemplo, el paso por nuestra vida del Espíritu, Señor y dador de vida. Nos damos la mano para sostenernos en la fe en la Iglesia, en el perdón, en la comunión, en la vida perdurable…
Sí, darse las manos para hacer verdadera profesión de fe comunitaria.
Por Natàlia Plá Vidal
Voz: Alex Borràs
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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