Vivimos fragmentados en un mundo cada vez más fragmentado, más dividido. El dolor de unos –muchos por desgracia- no siempre mueve a la compasión y la solidaridad de los otros. Somos unos desconocidos incluso para nosotros mismos. Sin cohesión personal interna, difícilmente podremos lograr una cohesión social que logre superar barreras, discriminaciones, prejuicios, temores,…
¿Cómo podemos trabajar nuestro ser personal para pasar de la fragmentación a la cohesión?, ¿para poder vivir en armonía y en unidad? Se sabe que para que se forme un cristal se necesitan tres condiciones: espacio, tiempo y reposo.
Espacio. La mayor parte de nuestra vida transcurre en espacios urbanos, donde lo que prima son las grandes moles de cemento en detrimento de áreas verdes o espacios más abiertos. A veces hasta cuesta ver el cielo. No hay horizonte. La obra del ser humano pareciera querer tapar o anular la obra de Dios, la creación. Los espacios que habitamos o donde trabajamos acostumbran a ser reducidos y con poca luz natural. Todo ello, constriñe el espíritu, la capacidad de soñar y de ver más allá. Procuremos buscar espacios donde poder conectarnos con la madre tierra, sentir que formamos parte de ella, acariciarla con los pies descalzos, respirar aire más puro, gozar de la contemplación de la naturaleza en su infinita diversidad… todo ello nos conecta con nuestro ser más profundo, con nuestro origen. Nos hace sentir que no somos seres superiores sino hermanos en la existencia con todo lo creado.
Tiempo. Lo sabemos. Lo tenemos más que comprobado. Vamos por la vida corriendo de aquí para allá. El tiempo se nos hace siempre corto. No nos alcanza el tiempo para todo lo que hay que hacer, decimos. Esto nos produce angustia y desasosiego. También insatisfacción y frustración. ¿Por qué seguir siendo esclavos del tiempo cuando estamos llamados a ser señores del tiempo? Más allá de las circunstancias personales, familiares, laborales, sociales que cada uno tenga, siempre está la posibilidad de priorizar, de dejar de lado “compromisos” que nosotros mismos nos creamos. Poder dejar espacios en blanco en la agenda es saludable y necesario para poder dedicar este tiempo a estar en soledad y silencio consigo mismo. Soledad y silencio que no son individualismo insolidario, sino todo lo contrario. Es un sumergirse en el pozo interior para encontrarse con las raíces profundas de la fraternidad existencial: ¡somos hermanos en la existencia.
Reposo. Estar o permanecer en quietud, paz, sosiego, calma, serenidad… Hay que dejar reposar el ser para lograr obtener una imagen más nítida, más clara de uno mismo. Hacer un dique en el tiempo para que las aguas turbulentas de nuestro interior se vayan aquietando. En esa quietud vislumbraremos aspectos de nuestro ser que quizás desconocíamos. Aspectos que habrá que trabajar o potenciar o, simplemente, abrazar, aceptar. Después de amasar el pan, hay que dejar la masa en reposo un tiempo para que leude lo suficiente antes de ponerla a hornear. A menudo tomamos decisiones o damos respuestas a determinadas situaciones precipitadamente, sin dejar re-posar esa situación concreta con el tiempo suficiente para que nuestra respuesta no sea fruto de una reacción sino consecuencia de una acción libre, razonada y hecha desde el amor.
Nuestro ser necesita reposo, quietud de cuerpo y espíritu, un abandonarse en manos de Aquel que sabemos nos ama. Este reposar implica reconocer humildemente que no todo depende de nuestro hacer. Seremos más eficaces y fecundos si sabemos reposar nuestro ser en el Ser, en la roca en la cual nos podemos apoyar… con confianza y sin temor.
Espacio, tiempo y reposo para cristalizar nuestro ser, cohesionarnos con nosotros mismos y ser artífices de unidad con la creación, con nuestros semejantes y con todo ser vivo.
Concluyo con el testimonio de una mujer de la puna andina, Rosaura Ramos:
“Los pobladores que vivimos en la quebrada y puna estamos conformes con este silencio porque nos ayuda a tener una reflexión de nuestras vidas, nuestros quehaceres, la familia y una intimidad de respeto con la tierra. Tenemos la costumbre de no estar hablando con alguien pero sí estamos dentro de nosotros mismos y el silencio nos acerca bastante a relacionarnos con el espíritu, aunque creamos en Dios o en otros seres. La naturaleza y la calma son como una representación de esa creencia; así sentimos la gente de los grandes poblados, donde hay demasiado movimiento, piensan que somos ignorantes, que no tenemos nada que hacer, nada que decir, ellos creen que hablar es saber y acá en la puna el conocimiento se cultiva con el silencio, hablar poco pero hacer más. Somos reservados y hablamos con fundamentos, con la emoción que nos sale de la verdad, otros hablan y hablan y no tienen comprobación, eso no nos conmueve.” (Testimonio publicado en el libro “Pueblos de los Andes”)
Audio: Cohesión vs fragmentación
Texto: Lourdes Flavià Forcada
Voz: Maida Rojas
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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