Los inscritos son un grupo de aproximadamente quince hombres. Cuando llegamos los llaman por altavoz y empiezan a aparecer. Hay cinco que perseveran más en las sesiones, están sentados y trabajan todo el rato de manera continua, pero el resto se levanta constantemente, va y viene, abren y cierran la puerta, piden permiso para salir, entran de nuevo. Trece son menores de treinta años, uno tiene 19 y acaba de ser padre de una criatura hace veinte dias, otro tiene 23 años y un rostro muy infantil, otro 24 y tiene dos hijos pequeños, otro 31 y un hijo de 15 y otro de 12, solamente uno en el grupo no tiene hijos, dos son veteranos, personas de edad indefinida entre cuarenta y cincuenta.

La dinámica de estos días es trabajar sobre sus propias amarguras, los dolores del alma. Una experiencia muy necesaria para toda persona, hacer procesos, cambiar la perspectiva, ponernos en el lugar del otro, desligarnos de todo lo que nos espesa el alma. Por eso se llaman “Escuelas de perdón”, pero no es fácil, no es inmediato, a pesar de que es muy saludable.

Vivir en clave de perdón es un cambio radical y profundo en la vida, progresivo. Nos cuesta tanto que nos hacemos trampa, negamos el dolor, nos contamos historias de las culpas de los demás, nos lamentamos años y años de lo mismo. Limpiar, cambiar de actitud, es largo y toda la vida se ejercita.

En este caso el taller es un poco más complejo, la prisión no es un lugar agradable. Entrar en el recinto es un trámite engorroso con varios controles, la mayoría de los funcionarios no son amables, no tienen que serlo, no hacen ningún esfuerzo para serlo. Se cierran y abren rejas con resonancias chillonas de cerrojos de hierro pesante sin lubricar. En los pasillos olores espantosos, humedad, alcantarillados rebentados, suciedad, oscuridad. Cuando llegamos a la capilla, que es donde nos reunimos, literalmente se hace la luz, el aire corre y el grupo de reclusos empieza a aparecer. Cada uno tiene una historia. Historias que no es preciso saber, pero que sí que es necesario rezarlas porque todas ellas son dolorosas y además castigadas.

Cristián, uno de los asistentes, recuerda que Jesús en el Evangelio nos pide no juzgar y reflexiona al respecto que después de tantos años, nuestra justicia sigue siendo castigadora. El último tema del taller es: “rompo cadenas y limpio el dolor”. La verdadera cárcel es la del corazón duro.

Texto: Elisabet Juanola
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 

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