La ciudad cercana a donde vivo desde hace años tiene un perfil impactante cuando llegas a ella desde el este. A kilómetros de distancia se dibuja el perfil de la catedral y aún el de algún otro edificio histórico monumental: construcciones góticas y renacentistas que responden a una estética, a un concepto de la belleza e, incluso, de la divinidad y la relación con ella.
Las catedrales góticas se elevan hacia el cielo como una alabanza, con espíritu también de esfuerzo por acercarse a Dios. ¡Cómo no recordar la narración novelada de Santa María del Mar, en Barcelona, conocida como la Catedral del Mar! ¡Cuánto espíritu había en aquel esfuerzo titánico en la Edad Media!
Por más veces que vea este horizonte, no dejo de admirarme. Y provoca una reacción de alabanza, de interpelación, de maravilla ante esa inmensidad que me remite a la inmensidad de Dios.
Hace unas semanas hice el recorrido inverso. Salí de esta ciudad hacia otra. Llevaba aún en la retina las maravilla por las catedrales de mi ciudad, los campos del camino…, cuando, de pronto vislumbré en el horizonte la metrópolis a la que me acercaba. Y fue como un shock, ya que en su skyline (palabra que muchos aprendimos con motivo del atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York y que significa “línea de cielo”, es decir, el perfil horizontal de una ciudad), aparecen cuatro rascacielos que sobrepasaban por mucho al resto de edificios de la ciudad. Y se me hico evidente como nunca antes que eran los templos a los ídolos contemporáneos. Los ídolos del dinero, del poder, de la ostentación, del orgullo.
Quizás tiene que ver con la desmesura respecto a los otros edificios. Lejos de las medidas amables, la proporción con el entorno y la monumentalidad.
Quizás porque da la impresión que el esfuerzo de subir y subir hacia arriba es narcisista, sin ninguna otra intención que la autocomplacencia, y no remite a ningún otro lugar más que a sí mismo. La diferencia entre los ídolos y las iconas, dicen, es que los ídolos provocan que la mirada que se acerca se quede detenida en ellos, mientras que las iconas (que, recordemos, se elaboran envueltas en actitud de oración) hacen que la mirada atraviese y vaya más allá, a la realidad misteriosa a la cual quieren remitirse.
Pues exactamente eso es lo que me pasó esta mañana. Mientras el horizonte recortado de mi ciudad me producía admiración, maravilla y me hacía ir más allá, los rascacielos de horas después eran como muros contra los que me topaba, que me remitían a ellos y sólo a elos. En su indiscutible pericia arquitectónica yo no era capaz de ver nada más que el aíslamiento del hombre contemporáneo, que se aferra a sus ídolos y rompe la relación con sus congéneres.
Audio: Skyline
Texto: Natàlia Plá
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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