En estos días de pandemia estamos muy atentos a las fiebres. La fiebre siempre es un síntoma de que algo ajeno a nuestro cuerpo lo está afectando. Recordemos el pasaje del Evangelio donde la suegra de Pedro estaba aquejada de fiebres (Lc 4,38-44). Estas le impedían hacer una de las cosas más cristianas: servir. Para los cristianos y cristianas una manera de expresar el amor es el servicio, es decir, estar atentos a las necesidades de las demás personas.

Al llegar Jesús a la casa de la suegra de Pedro le piden que haga algo por ella. Jesús increpa a la fiebre para que salga de ella. Esta palabra tan específica, increpar, llama la atención porque a menudo aparece en los Evangelios. Increpar es reñir de una manera severa. En su raíz latina encontramos que el prefijo in quiere decir “hacia dentro” y crepare quiere decir “crujir” o “producir un ruido seco”. El sentido de increpar es, pues, provocar un ruido interno. En otras palabras: hacer reaccionar.

Y Jesús, precisamente, lo que busca cuando increpa es hacer reaccionar. No es un llamar la atención porque sí, juzgar moralmente o criticar. No. Jesús busca el cambio interior, la respuesta del corazón.

Cuando le llevan enfermos, Jesús, al curarlos, no sólo cura a la persona en singular, sino que toda la familia o comunidad queda sanada. La salud es siempre un bien social, así como la enfermedad es síntoma de que algo en el conjunto produce desequilibrios. Salir de la enfermedad es alcanzar un nuevo equilibrio en común.

Al increpar a la fiebre de la suegra de Pedro o a esos demonios que salen de los enfermos, Jesús produce cambios en los grupos humanos. La palabra diablo quiere decir división. Jesús increpa esas divisiones en las comunidades y familias, asume una actitud severa ante ellas, con la finalidad de que se alcancen nuevas maneras de relacionarse. El hecho está en que, enseguida que la suegra de Pedro se siente libre de la fiebre, lo primero que hace es servir, es decir, salir de sí misma en pos de las necesidades de la comunidad.

Cuando estas comunidades se sienten curadas por Jesús intentan retenerlo, seguir disfrutando de su compañía y del beneficio de su amistad. A lo que Jesús argumenta que ha de ir a otras comunidades que también lo necesitan. Es un rasgo muy humano querer retener, sin embargo en ocasiones puede volverse una actitud egocéntrica o dependiente que no deja cercer. Jesús, a lo largo de su vida, desde su adolescencia cuando es encontrado en el templo con los sabios, hasta su aparición resucitada con la Magdalena, se muestra como un ser libre de ataduras. No puede ser retenido de su vocación de entrega a los demás.

Y, en ello, Jesús nos muestra la importancia de atender nuestra vocación, nuestro llamado interior, la voz de Dios, y ponerla al servicio de aquello que creemos. Si no hacemos caso de este llamado corremos el riesgo de caer en la enfermedad de la infelicidad.

Hay muchas cosas que nos van increpando a lo largo de nuestras vidas, atendamos con el corazón que nos están sugiriendo.

Texto: Javier Bustamante
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza


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