“Sígueme”, dijo Jesús a Mateo, cobrador de impuestos, y éste comenzó a seguirlo en sus enseñanzas y estilo de vida. Y lo primero que hizo fue invitarlo a comer a casa. ¡Vaya acto eucarístico! Sabemos que eucaristía en griego significa “acción de gracias”. Mateo mostró su agradecimiento a Jesús por invitarle, haciéndole una invitación a comer. Y a este gesto convocó a sus propios amigos, otros funcionarios como él.
Desde ese primer momento Mateo comenzó a evangelizar con el testimonio. Vio que lo que anunciaba Jesús era bueno para todos e invitó a sus amigos a que lo escucharan comiendo con Él. Mateo captó la profundidad de lo que se vivía al lado de Jesús y no quiso guardarse este tesoro para él, sino compartirlo.
Jesús, como sabemos, aceptó la invitación. Fue una invitación mutua y una aceptación mutua. El comienzo de una gran amistad. Un banquete de acción de gracias abierto. Y tan abierto que los sectores más conservadores de la sociedad criticaron a Jesús por comer con esa clase de funcionarios al servicio de Roma y con “pecadores”, que eran aquellas personas que no cumplían los preceptos o vivían marginadas. Ni siquiera fueron capaces de decírselo a Jesús, sino que se lo comentaron a sus discípulos.
Jesús no les responde por intermediarios sino directamente y en este contexto aparecen las famosas frases: “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” y “misericordia quiero y no sacrificios”. Una primera lectura nos hace ver que Jesús interactuaba con esa clase de gente “impura” y les enseñaba el camino. Pero si vamos más a fondo, Jesús no era una persona de etiquetar y, probablemente, con esta frase invitaba a sus críticos a que sanaran sus propias heridas y se dejaran tocar por el amor. Era una invitación a hacer ellos lo mismo y dejar de dividir a las personas en puras e impuras.
También, al evocar la frase conocida “misericordia quiero y no sacrificios”, les invita a hacer un giro en el corazón. Un sacrificio implicaba muerte, privación, dolor, padecer, como modo de agradar a Dios o demostrar a los demás cuán buena persona soy. Jesús, sentado a la mesa de Mateo, hace lo contrario: agradece a Dios una nueva amistad compartiendo y disfrutando, dejándose cuidar, hablando de las cosas que nos hacen bien como seres vivos. Ahí hay misericordia, es decir, una comunión de corazones magnánimos.
Estas frases, pronunciadas en aquella eucaristía convocada por Mateo, llegan a nosotros para invitarnos a sanar. Escuchemos cada quien nuestras heridas y las de los demás y seamos misericordes con nosotros mismos.
Texto: Javier Bustamante
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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