El mes de mayo tiene un sabor especial mariano. Siempre con tonos pascuales. Así pues, giremos nuestra mirada a María, la madre de Jesús, para que nos ayude a contemplar el proyecto de lo que Dios quiere para nosotros.
Los cristianos no podemos olvidar que nuestra acción en el mundo es misionera. Evangelizamos al comunicar la gozosa nueva de que Cristo ha resucitado. Y, por ende, participamos ya de la nueva vida iniciada en nuestro bautismo.
Esta transmisión gozosa tiene dos caminos: por una parte se realiza sin que lo percibamos, cuando actuamos con amor de caridad, y, por otro lado, cuando programamos un quehacer para el bien de la humanidad y de la Iglesia.
Esta última senda la podemos contemplar hoy y la podríamos realizar a la luz de la Pascua y de María, faro que nos enseña a seguir a Jesús.
Y así, fijarnos en las mujeres. Ellas son más de la mitad de la humanidad y no en todas partes están liberadas. Más bien, en muchísimos lugares están, tan injustamente, esclavizadas. Además, se añade un lastre de miles de años de padecer esta situación.
Urge trabajar con esfuerzo y con ansia para que las mujeres sean aquello que les corresponde.
Nuestra actual sociedad, que padece tantos desequilibrios y guerras, está construida como un inmenso rascacielos, pero sobre unos cimientos de arena. Será necesario inyectar en la base un cemento especial de libertad y de reconocimiento de las mujeres, para que este edificio no caiga. Hay que liberar a la mujer del menosprecio, de la manipulación, de haberlas forzado, de sumisión, de infravalorarlas,…
Es una tarea evangelizadora liberar la mujer, especialmente en muchos países.
Desde la comodidad de ciertas sociedades occidentales, de lo que hemos venido a llamar primer mundo, podríamos pensar que no es necesario este esfuerzo porque ya se sabe y ya se vive, pues incluso hace años que tenemos mujeres ministras en muchos gobiernos.
Pero de hecho, nuestro mundo occidental, continúa en muchas facetas siendo machista sin darnos cuenta. Llevamos un lastre que arrastramos.
El proceso de liberación no se hace en dos días, son necesarios lustros para realizarlo plenamente, pero es preciso luchar cada día por ella.
Texto: José Luis Socías Bruguera
Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría
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