Estoy en pleno proceso de quimioterapia tras la cirugía de un pequeño tumor canceroso en un pecho. Como cientos de miles de mujeres, enfrento el desafío de asumir mis límites y los molestos efectos secundarios de un tratamiento que a veces nos hace sentir peor que la enfermedad misma. Pero ese recurso de la medicina de nuestro tiempo ha mostrado su eficacia estadística. Prolonga la vida unos meses o años, y convierte algunos tipos de cáncer en enfermedades curables o al menos crónicas.
Más allá del buen pronóstico, mi experiencia en estos meses ha sido la de experimentar malestares nunca antes vividos, una gran debilidad, una variedad de síntomas inesperados, la inseguridad sobre cómo te vas a sentir al cabo de unos días cuando los efectos se acumulen.
Y al mismo tiempo que todo eso, una experiencia preciosa ha sido palpar esa red invisible de personas queridas que se han volcado en apoyarme de las maneras más variadas. Desde la sola presencia, cálida y acogedora, a sugerencias de alimentación o remedios caseros. Desde las técnicas para elaborar las emociones, al transporte para el hospital, diálogo, oración o energía a distancia. Todo ello es acompañamiento, ofrecido con amistad y cariño sinceros.
Y ante esta situación paradójica, que a la vez es tremenda y un don maravilloso, me surgen tres reflexiones.
- Los momentos y la experiencia del malestar físico, las náuseas, la imposibilidad de comer, la caída del cabello, las neuropatías… nos conectan misteriosamente, aunque sea en una escala ínfima, con millones de personas que sufren en su cuerpo por distintos motivos. Otras enfermedades, los efectos de las guerras, del maltrato, de los cataclismos atmosféricos. Este sufrimiento nos conduce a una vivencia más honda y verdadera sobre la condición humana y nos hermana con quienes padecen. Nos ayuda a ser más solidarias de modo práctico y efectivo. No es que sufrir sea deseable; simplemente que a veces es connatural al hecho de vivir, siendo seres corporales, sensibles, conscientes de sí. Y si lo sabemos elaborar, es un aprendizaje muy importante: la vida vale la pena de ser vivida, a pesar de estos momentos de dolor, dificultad y debilidad.
- En una sociedad que valora muchísimo la autonomía y miles de personas están solas, es un privilegio contar con amigos y amigas que se hacen presentes de manera gratuita y generosa en el momento oportuno. Están allí y misteriosamente nos mantienen activas y despiertas, nos animan, nos avivan la esperanza. Esta red de vínculos invisibles nos sostiene realmente. Es algo que va más allá de la materialidad de lo que recibimos; es un intangible que nos recuerda cuán conectados estamos entre nosotros. El bien de uno hace bien a los demás. Su pena, nos apena. Por eso acompañarnos genera dinamismos de serenidad y alegría que se pasan de una persona a otra y cambia el color de la vida. El cariño, la palabra oportuna, un mensaje de acompañamiento… expresan algo que no se ve pero que nos constituye en el fondo: somos seres sociales desde que fuimos concebidos. Nos necesitamos unos a otros.
- Todo gesto de amor es gratis. En ese -a veces asimétrico- dar y recibir, las personas nos regalan su tiempo, su apoyo, porque quieren. Son libres, pueden hacerlo o no. Nada puede exigirse. Y mucho menos reclamarse como «pago» por algo que uno hizo en momentos anteriores por esa persona. Todo don se da porque se quiere dar. Y toda respuesta o correspondencia, es también gratuita por parte de los otros. El dinamismo de una gratuidad de cariño es difusivo y alcanza mucho más allá de los inmediatos. Llega lejos, irradia hasta quienes no conocemos, por esa indefinible conexión que existe entre las personas.
Por lo tanto, ¡cuánta gratitud tenemos que tener hacia quienes nos están acompañando en momentos duros!
Y qué gran deseo de corresponderles a ellas mismas cuando lo necesiten, también estando atentas hacia otras personas, a veces muy solas y sin nadie más, acompañándolas cuando estén en horas bajas y requieran algo tan sencillo como estar ahí sabiendo estar.
Texto: Leticia Soberón Mainero
Fuente: Revista RE (edición en castellano)
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