A modo de algoritmo social, ante un estímulo, un problema, esperamos un conjunto finito de respuestas, de soluciones. Nos otorga firmeza controlar la situación, categorizando los elementos que intervienen en lo cotidiano, para no llevarnos sorpresas –¡como si no existieran sorpresas agradables!–. Atender todas las posibilidades, buscar la más óptima o marcar un itinerario bien seguro, no dejan de ser prácticas necesarias, en cierto grado, mas requieren humildad ante lo que de imposible entraña contemplar y abarcar todos los escenarios. No existen categorizaciones completas ni justas, porque en lo diverso, siempre queda alguien o algo fuera.

Ante esta realidad, es oportuno liberarnos de prejuicios que no dialogan con el día a día, dado que la riqueza profunda y certera de la diversidad nos introduce en un mundo cargado de entusiasmo y empatía. En lo social, no suelen existir grandes teorías omniabarcantes que todo lo contemplen, sino más bien implícitas adaptaciones personalizadas a lo que vaya surgiendo. 

Puede ocurrirnos esto mismo con Dios. Conforme lo vamos conociendo, más queremos profundizar en Él y, a la vez, más se nos escapa de nuestras previsiones o categorizaciones. Esta falta de control no es negativa. Todo lo contrario, es real y nos sitúa en una postura verdadera, pues no se puede encerrar aquello que es libre. La caridad es aire que está en todo, que vuela. Es libre, fresca, nueva, limpia y nos hace bailar, en movimiento armónico, al compás de la vida.

Indudablemente, esta ingravidez puede generarnos cierta inestabilidad, pero realmente la vida no es estable. Esta idea de estabilidad es tan sólo una convención útil, puesto que no es posible escapar del tiempo y, a cada instante, lo nuevo y cambiante emana. Tan solo nos sirve como referencia a algo más que está cambiando, a otras situaciones, a otras sociedades. Como comparativa pedagógica, nunca como fin ha de contemplarse lo estable. Por ello, llevar a cabo este cambio de paradigma en lo relativo a seguridad, liberándonos del miedo generado por la falta de control, es condición sine qua non para amar en caridad.

Esta expresión de Dios hacia todos, esta caridad, siempre es fiel y está dispuesta a seguir siendo caridad en todo momento, sin cansancio, sin pesar. Es por ello, porque no es exclusiva, que en caridad no hay lugar para los celos, debido a que la ternura de la caridad  no resta, sino suma. A todos contempla, atiende, comparte y se reparte, lejos de lo que suela divulgarse sin delicadeza a los más jóvenes, señalando que los celos son una expresión de amor. La falta de seguridad y confianza, el miedo a perder lo que se aprecia, no es amor sino egoísmo encubierto en tanto en cuanto no se busca el bien del otro sino la supuesta alegría –ya que acaba generando angustia y obsesión– de uno mismo al acaparar, al querer tanto ser especial para el otro como alejarnos de la soledad no deseada. Cuando se ama en caridad, se es amable con todos porque este amor de cielo en la tierra no tiene ninguna pretensión, unicidad ni objetivo, más allá del ser entrega.

El pensador Karl Marx sugería que si al amar no se despertaba amor, si no se daba reciprocidad, nos encontrábamos ante un amor impotente, una desgracia. Puede ser que el  amor necesite unos mínimos de estimulación, pero la caridad no exige retorno ni busca trueque, no espera aunque mantiene la esperanza en que este milagro de entrega se siga dando en otros y se alegra porque, de producirse, es un bien en sí mismo para aquel que se lanza a experimentarlo.

No es que sea ingenua la caridad y el amor yazga insensato; no es que la caridad sea totalmente ciega y obvie la realidad. Mas bien, esta acoge, disculpa y transforma lo que de negativo haya para convertirlo en nuevo. La caridad no es que no entienda lo que le ocupa al otro, su postura con razón, la rabia sufrida o la impotencia ante un hecho objetivamente nocivo, sino que potencia, abre puertas, no queda girando en torno al problema porque se lanza a nuevos horizontes más profundos, más íntimos y auténticos, con un lenguaje compartido por todos, que busca lo que une.

Decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Si nuestra máxima es este estilo, lo más complicado que nos encontremos se llevará a cabo con la mayor naturalidad posible y el qué quedará asumido por el cómo

Así, se deja de palabrería y se entra en acción.

Texto: Sara Canca

Fuente: Hoja Nuestra Señora de la Paz y la Alegría

 


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