Parece que hoy en día la esperanza es una palabra en crisis, y que muchas personas se quejen de no tener muchas razones para tenerla. Sin embargo, casi todo el mundo la necesita para salir adelante y hacer del día a día una expectativa gozosa y agradable.

Nuestro mundo tiene hambre y sed de esperanza, pero no sabe dónde fundamentarla, o no sabe cómo hacerlo. Es como si estuviera esperando algo, pero sin saber demasiado qué, lo que le lleva a una espera pasiva, a un cierto quietismo, a un triste pasotismo: «¿Por qué? si las cosas tampoco cambiarán…». ¿Quién nos ha enfermado la esperanza? ¿Quién ha traído esa oscuridad que nos impide mirar con claridad el futuro y trabajar con entusiasmo? El futuro se ha convertido en tan negro, que solo nos interesa vivir el presente, mejor dicho, el momento de ahora, el instante, saborearlo al máximo sin esperar nada más nuevo.

Cuando vivimos momentos de tanta incertidumbre, tenemos la tentación de poner nuestra esperanza en la riqueza y en el poder, que son lo contrario a la esperanza. El rico quiere poder, es decir, necesita poder para conseguir todas las cosas que quiere, las que ambiciona, las que cree más convenientes. Incluso, con un rasgo de generosidad, piensa que cuando él mande, podrá dar a los demás todo lo que necesitan, que tendrá los medios para arreglar este mundo tan injusto en el que vivimos. Evidentemente, cuando se actúa de esta manera, cuando se pone la esperanza en el poder, en las propias fuerzas, se desconfía de Dios. Aún diría más, se piensa que Dios hace un mal uso de su omnipotencia, porque si yo tuviera su poder, con un santiamén, solucionaría los problemas que tanto hacen sufrir a la humanidad.

Pero tanto la riqueza como el poder son falsas imágenes de Dios. Nos han hecho creer que Dios es todopoderoso e infinitamente rico, como son ricos los poderosos de nuestro mundo, y en él ponemos nuestra esperanza de que cambiará todas las cosas y las hará nuevas. Este Dios es falso, y yo me manifiesto ateo de este dios porque estoy totalmente convencido de que no existe. Nosotros seguimos al Dios que no quiere tener poder porque ha renunciado a él desde el momento en que nos ha hecho hombres y mujeres libres y respeta nuestra libertad. El Dios de Jesús se manifiesta humilde, mendigo de amor. Dios ama, y ​​quien ama no impone ni obliga. De la esencia del amor es su gratuidad.

Estamos llamados a ser testigos de esperanza. Hemos descubierto la presencia de Dios entre nosotros y vivimos la gracia de su amor.

Lo contrario al poder es la pobreza espiritual; ser pobre de espíritu, como dicen las bienaventuranzas. No solo soy pobre real de las cosas a las que no quiero idolatrar (dinero, riquezas…), sino que además soy pobre de espíritu: renuncio a tener poder, a esclavizar y dominar a los demás según mis conveniencias, intereses o creencias, a doblar su libertad. Me fío de su libertad, por eso la pobreza espiritual se convierte en el fundamento para construir nuestra esperanza.

Creo que se ha perdido un valor crucial como el de la gratuidad. El don inesperado y gratuito es la actitud básica que nos lleva a la esperanza. Recibir cuando no esperabas nada, sentirte lleno de cariño cuando sabes que no te lo merecías, saberte perdonado cuando te habías equivocado, sentirte acogido cuando nadie te esperaba, vivir la vida como un gran regalo de Dios y de los demás es empezar a encontrar razones para vivir la esperanza. Y no necesariamente espero que sea en el mañana, basta con vivir la gratuidad del presente para ver que el futuro tiene sentido, tanto, que incluso la muerte es una puerta a una nueva vida.

Estamos llamados a ser testigos de esperanza. Hemos descubierto la presencia de Dios entre nosotros y vivimos la gracia de su amor. Es esa luz que nos lanza a trabajar para hacer realidad el proyecto del Reino de Dios entre nosotros. Somos conscientes de nuestros límites, de nuestra pequeñez y de nuestro pecado. Pero no nos da miedo, el don del amor va más allá de todas estas cosas. Con Jesús hemos aprendido que el amor de Dios todo lo redime y que Él siempre confía y espera en nosotros. Y si Él lo hace, ¿podemos dudarlo nosotros? Vivamos la gratuidad y seremos camino de esperanza para nuestros hermanos.

Texto: Jordi Cussó