Empezamos esta reflexión de Juan Miguel González Feria sobre los Diez Mandamientos con el capítulo Introducción a los  diez Mandamientps: salir de la riada. Seguimos con la reflexión del Décimo, Novemo, Octavo y Septimo Mandamiento.  Hoy presentamos el Sexto, el Quinto y el Cuarto Mandamiento.

Con estos mandamientos cerramos el ciclo de los seis mandamientos últimos que tienen por objetivo nuestra relación con los seres humanos: no mataràs, no envidiarás  al prójimo, no le quitarás sus bienes…

Foto de Artyom Kabajev Mrjn Photography en Unsplash

SEXTO MANDAMIENTO

El sexto mandamiento, es más hondo que los que le preceden. Al no cumplirlo vamos contra el amor.

Este mandamiento se podría resumir: no puedes hacer ningún gesto de amor, que no responda de verdad a un amor; porque sería hipócrita.

Si yo hago actos propios de amor y no hay amor; estoy engañando. No los puedo hacer ni con Dios, ni con el hombre. Yo no puedo hacer actos de alabanza a Dios, si de verdad yo no estoy contento con lo que Dios ha hecho.

El amor tiene unas expresiones; hay el amor de esposos, el amor de abuelos a nietos, el amor de compañeros de trabajo…, toda una gama de amistades que tienen unas expresiones externas. Yo no puedo usar unas expresiones, si no responden a una verdad interior.

Juan Pablo II, dijo: ¡cuidado! que dentro del mismo matrimonio puede haber adulterio. El esposo y la esposa adulteran cuando tratan al otro como un objeto y no como una persona digna, respetando su libertad y tratándolo con amor. El matrimonio no es un carnet de licitud para hacer todo lo que uno quiere sin amar. Ni entre padres e hijos, ni entre esposos, se pueden hacer actos de amor que no respondan de verdad a un amor.

Hacer actos de amor por dinero, con alguien a quien yo importo muy poco, deforma a las personas humanas, es un atentado contra Dios y contra el prójimo.

QUINTO MANDAMIENTO

No matarás. Es un mandato que va a un punto más delicado y más básico: la vida; amar la vida. No se trata sólo de no matar a los seres humanos, que es un extremo al que casi nadie llega. Se trata de que, hasta llegar a este punto, hay toda una cantidad de facetas, que hay que ir mirando muy a fondo.

Desde cosas menudas, como no maltratar o no matar animales injustamente. A veces maltratamos animales o plantas, por el puro regusto de triturarlos o de demostrar que soy superior. Esto no está bien. Los animales y las plantas están puestos para nuestro bien, para nuestro servicio.

No matar: cuidar la vida. Pero hay otra serie de aspectos que nosotros matamos; por ejemplo: cuando matamos iniciativas, iniciativas que eran legítimas y que podrían haber dado mucho fruto; las iniciativas son brotes de vida de las personas. La creatividad es de las cosas más hermosas del ser humano (en eso nos parecemos a Dios, que es creador). Cultivar la tradición es recrearla y continuarla hacia delante. Y cuando nosotros hemos planeado las cosas y preferimos que nuestros ayudantes sean “ejecutivos” -que no piensen, tan solo ejecuten lo que otro ha pensado-, cuando alguien tiene una iniciativa y no la acogemos, o la comentamos…, pisoteamos a la persona.

Matar la honra y el prestigio: cuando hablamos mal o con un gesto de desprecio, matamos la imagen de aquella persona.

Posiblemente uno de los males que estamos padeciendo hoy  en día en la sociedad es la falta de esperanza (que es una de las tres virtudes teologales). Muchas veces, porque nosotros estamos desesperados, o porque queremos que tengan la esperanza solamente depositada en nosotros, cortamos las esperanzas.

No hay que confundir ilusiones con las realidades esperanzadas; la ilusión es una pompa de jabón que, por definición, está vacía. En cambio, hemos de entusiasmarnos con la realidad, que es esperanzada, porque tiene sentido y tiene salida…, y de ella puedo esperar cosas. Esperar del prójimo, que es de las cosas más importantes…, saber que Dios le ayuda y yo puedo rezar por él. Aunque parezca que no, pueden surgir del prójimo cosas estupendas e inesperadas, porque cada persona se parece un poco a Dios y tiene dentro recursos insospechados que la providencia le puede dar…, y hasta la persona que parece más burra, de la que parece imposible que pueda surgir algo puede sorprendernos; o la amistad que parece que se había estropeado…, ¡puede volver a resurgir y dar caminos nuevos!

Debemos tener esperanza en Dios y esperanza en el prójimo. Muchas veces, nosotros queremos que los demás se apoyen en nosotros y no dejamos que se apoyen en ninguna esperanza ni en otras personas. Les cortamos la esperanza con suma facilidad.

Estar contento de la vida tal cual es.

Si mi padre y mi madre no se hubieran juntado, yo no habría nacido; si mi padre se hubiera casado con otra mujer…, nacerían otros hijos, pero no yo, serían otros niños, con otras características…, pero yo no.

Por lo tanto, cumplir este mandamiento, que es no matar -amar la vida-, es rendir culto a Dios, por estar vivos…, porque todo lo demás: trabajar, reír, comer, descansar…, lo podemos hacer porque estamos vivos, porque existimos.

Yo tengo que estar contento de existir como soy y de que existan los demás como son.

Este mandamiento es importantísimo: donde vemos un brote de vivir, que sea verdadero, que sea por amor, que sea para bien…; nosotros no podemos cortarlo, porque sería un aborto; sería abortar aspectos de la vida que están naciendo. Querer tener la vida siempre encarrilada, toda predeterminada, que no pueda haber creatividad, elasticidad, sorpresa, fiesta, es podar la vida; no es matarla…, pero es dejarla medio muerta.

Cuando uno lo tiene todo programado, predeterminado, cualquier novedad le asusta, incluso el Evangelio. Hay un momento en el que los discípulos de Jesús están con ganas de que triunfe el bien en aquel momento y de acabar con el mal, y le piden a Jesús que haga bajar un rayo del cielo que lo pulverice. Entonces Jesús les explica la parábola: “El sembrador salió a sembrar y sembró trigo. Y por la noche vino el enemigo y sembró la cizaña mezclada”. Ellos le dijeron que la cortara. Pero no podía ser, porque se cortaría también el trigo. Hay que esperar al final de los tiempos. Hay que esperar a que crezca el mal mezclado con el bien. Porque, ¿quién sabe, de los humanos, cuál es el mal y el bien del todo? Hay que esperar al final de los tiempos y que los ángeles del cielo aparten el trigo de la cizaña, y que la cizaña vaya al horno para calentar y que el trigo sirva para hacer pan. No se puede matar a los drogadictos, a los criminales, a los antipáticos…, porque, ¿quién de nosotros no lo es?

Otra frase del Evangelio que hace multiplicar por mil este mandamiento: “Imitad a vuestro Padre del cielo, que hace llover sobre justos e injustos, y hace salir el sol sobre buenos y malos”.

¡Amad la vida!, incluso los aspectos dolorosos que tenga la vida con nosotros.

Otro aspecto importante a tener en cuenta en este mandamiento, es el deber que tenemos de amar la vida, la mía y la de todos. El cuidado de la propia salud, psíquica y física. Yo no puedo neurotizarme o estresarme por exceso de trabajo; tengo que evitar, en la medida de lo posible el enfermar. Yo no me puedo suicidar.

Con este mandamiento se cierra el ciclo de los seis mandamientos últimos que tienen por objeto nuestra relación con los seres humanos: no matarás, no envidiarás al prójimo, no le quitarás sus bienes, etc.

Los tres primeros mandamientos son nuestras relaciones con Dios: santificarás las fiestas, no usarás el nombre de Dios en vano y sólo tendrás un Dios.

Foto de Artyom Kabajev en Unsplash

CUARTO MANDAMIENTO

El cuarto mandamiento es un mandato puente, entre el primer y el tercer grupo. Participa de los dos grupos. Participa del grupo que acabamos de ver, porque se refiere a personas: el padre y la madre.

Honrar a los padres no es obedecer a los padres: obedecer es una cosa de niños. Los padres son, por un lado, personas humanas (enlace con el quinto mandamiento), pero por otro lado, son por quienes nos ha venido la vida; son los mejores representantes de Dios: el don de la vida. Honrando a mis padres, yo ya estoy empezando a hacer un elogio a Dios. Ya me estoy acercando a Dios.

No hay que honrar sólo a los mayores con autoridad, sino a los mayores en general. Hay que honrar a todos los viejos, por el hecho de que existen… ¡Dios lo quiere!

Honrar a los ancianos es un punto clave. Urge volver a enseñar a los muchachos que deben honrar a sus padres, para que lo hagan durante toda su vida. Es un mandato importantísimo como soporte de la sociedad. Además, con una salvedad: los demás mandatos (no robar, no matar…) están respaldados por leyes civiles, pero este mandato no lo está. No hay ninguna ley civil que diga que hay que honrar a los padres. Y los padres tienen dos razones para callarse: la primera un cierto complejo de culpabilidad de no haber sido buenos padres, y los hijos representan verdugos que Dios permite para que se purifiquen; la segunda, si es mi propio hijo…, ¿cómo voy a denunciar en voz alta, al público, que no está teniendo la debida honra por mí o por mi cónyuge?

Este mandamiento es puente y es tan importante, que si no se cumple (y además si no se cumple, queda en familia, no lo ve nadie), no se pueden cumplir bien ni los tres primeros, ni los otros seis. El que no honra a su padre y a su madre debidamente, no puede afirmar que no roba, que no miente, etc., ni tampoco puede decir que santifica las fiestas o que ama a Dios.

El saber hacer en el pequeño grupo, en el entorno familiar, donde nadie me obliga, esa es la prueba de verdad, de que si yo estoy cumpliendo los otros mandamientos los cumplo de corazón, y no por temor. Igualmente, honrando a mis padres, que son la mejor imágen de Dios, yo aprendo a honrar a Dios (¿dices que honras a Dios, a quien no ves, y no honras a tus padres que sí los ves y tienes aquí cerca?).

Uno de los pilares de la nueva civilización del amor, de la que tanto hablan los últimos papas que hemos tenido, es restablecer la honra de los hijos a los padres.

El aborto, que puede que sea la plaga más grave del siglo xx, es un punto claro, del hecho de que, cuando pueden, y nadie dice nada, siegan la vida y no cumplen un mandato fundamental. Un niño pequeño e indefenso en el seno de la madre, cuando casi ni se nota, se quita de en medio con un golpe de bisturí. Eso quiere decir que esa persona no matará a los adultos porque se nota, pero cuando pueda y no se note, matará también a los adultos.