Es curioso que, en el pasaje de las Bodas de Caná, Jesús se valga de unas tinajas para la purificación ritual para transformar el agua en vino. Seguramente influyó que eran muy grandes y eso aseguraría el vino en abundancia. Pero, más allá del aspecto práctico, el hecho contiene en sí un mensaje. Y, digo, es curioso porque justamente un rito nace de la repetición de una acción hasta que esta se transforma en algo simbólico, muchas veces alejado de aquel acto que lo originó. Pues la fiesta, en esencia, es lo contrario. No es rutinaria y repetitiva, sino que alimenta la creatividad y deja mucho margen para la libertad y la espontaneidad.
Los Evangelios nos señalan las Bodas de Caná como el primer milagro de Jesús y el comienzo de la proclamación de la Buena Nueva en público. Unas bodas, en tiempos de Jesús, seguramente eran todo un acontecimiento. Se reunía mucha gente y comportaban grandes preparativos. El hecho de manifestar su vocación de servicio en medio de un ambiente festivo, marca el estilo de Jesús al comunicar las características del Reino que comenzaría a proclamar.
El encuentro con Jesús y el ir profundizando en su mensaje, nos sugiere todo lo que conlleva una fiesta. Hay un anuncio, una invitación a celebrar, en este caso la vida, una Vida Nueva al lado del Padre. Después, una serie de preparativos, tanto de la misma fiesta en su conjunto, como de cada uno de los que la experimentamos. Esto implica, en el plano vivencial, tomas de conciencia, cambios de actitudes, renuncias y alegrías porque cada vez nos acercamos más a la plenitud del encuentro.
Esta fiesta se puede traducir en encuentros con personas que experimentan lo mismo que nosotros. O, por qué no, en la búsqueda de la soledad y el silencio para sentir más de cerca la presencia de Dios. O en diversas experiencias que cada uno ve traduciendo como entrañables momentos de comunión. Hasta que llega un momento de la andadura en que todo el día y toda ocasión son motivos de fiesta: despertarse, preparar la jornada, realizar bien el trabajo, descubrir que no estamos solos en las contrariedades, llegar al final del día notando que el cansancio del cuerpo y del alma son signos de entrega a los otros, pero también de recepción.
María dijo a los sirvientes de la boda que hicieran lo que Jesús les pidiera. Y Jesús transformó un elemento tan sencillo y vital como el agua en un elemento festivo. Seguir los pasos de Jesús es una invitación a experimentar los acontecimientos de la vida más sencillos y, a la vez más vitales, como parte de esa gran fiesta que es saberse estimados por el Padre.
Por Javier Bustamante
Voz: Santos Batzín
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