Jesús no viene a desautorizar, sino a llevar a plenitud. Desautorizar es muy fácil. Basta una palabra, incluso una sonrisa o una insinuación para robarle a una persona el buen nombre o la fama, o para ponerla bajo sospecha: “¡Si yo te explicara!”. Dicen que “la lengua no tiene huesos, pero rompe muy gruesos”. Llevar a plenitud implica hacer que las cosas sean lo que han de ser, lo cual no es fácil. Ayudar a que las personas lleguen a ser aquello que Dios espera de ellas, a veces es una cuesta arriba. Lo saben todos los que tienen hijos… Educar es una labor larga, paciente y delicada. Pero este es el cometido del cristiano, siguiendo las pisadas luminosas de su Maestro: no desautorizar, llevarlo todo a plenitud.
Jesús pone en positivo los mandamientos y va mucho más allá: donde dice “no mates”, Él dice “no te enfades, no menosprecies a tu hermano”. Matar, acabar con una vida, es relativamente fácil: una bala, una piedra, un segundo de distracción en el volante… En cambio, ¡sacar adelante una vida, educar a una persona, requiere muchos años de esfuerzos y sacrificio!
Nosotros, difícilmente mataremos a alguien físicamente… Pero, lo que sí podemos, es matar la alegría de una convivencia, de una reunión o de una persona. El menosprecio y el insulto son formas de violencia verbal que pueden hacer mucho mal y matar moralmente al otro. Quizás no caigamos en el adulterio, pero podemos perder la fidelidad del corazón.
Jesús mira el corazón. Nosotros también hemos de mirarlo. Hemos de auto-examinarnos sin ánimo de juzgarnos, porque podemos ser injustos, incluso, con nosotros mismos. Preguntémonos: ¿qué elegimos? Desautorizar o llevar a plenitud, matar o dar vida, desear apropiarnos del otro o ayudarlo a ser lo que está llamado a ser… La decisión es nuestra.
Por Jaume Aymar Ragolta
Voz: Santos Batzín
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Deja tu comentario