Todos sabemos que Cristo en la cruz, muriendo por amor a nosotros, es como un faro que guía nuestro caminar por el mundo. Para ser capaces también, de desgranar nuestra vida en el amor a nuestro prójimo. Para llevarles a la justicia, a la paz, a la alegría y a la caridad.

Junto a la cruz sabemos que estaba María. De pie, como una columna de fortaleza, sufriendo con Jesús. Por eso ella es co-redentora y co-medianera de todas las gracias que brotaron del corazón traspasado de Jesús.

Pudo ser plenamente fuerte en esta trágica situación porque era inmaculada, es decir, sin pecado alguno, ni siquiera el pecado original.

Pero allí junto a ella, al pie de la cruz, estaba también María Magdalena. La que había sido pecadora pero que gracias al arrepentimiento sentido por sus pecados a los pies de Jesús, en casa de Simón, la hizo también inmaculada.

María lo era por la inocencia. La Magdalena por la penitencia, como nos dicen los Santos Padres de la Iglesia. Todos nosotros tantas veces tan pecadores, podemos tener esperanza, pues Jesús es capaz de borrar igualmente nuestros pecados. Y así poder llegar un día, a entrar en el Cielo resplandecientes sin mancha alguna.

 Por Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona)