Existe la frase: “Los ojos son el espejo del alma”. La cual, como muchos dichos, tiene una importante base de sabiduría. En nuestra mirada se refleja con frecuencia nuestro estado de ánimo: alegría, relajación, atención, interés, cansancio, amargura, ofuscamiento, apatía… En fin, una gama amplísima de sentimientos. En el Evangelio encontramos a Jesús que nos dice que lo malo no es aquello que entra en el ser humano, sino que sale de él. Se refería a la pureza o impureza de los alimentos, haciendo ver que todos eran puros. Igualmente, no sólo lo malo, sino también lo bueno, sale de la persona; no es una cosa ajena que le sea dada o impuesta y, además, concebirlo así, hace que cada uno seamos responsables de nuestros actos.
Por otro lado, existe una disciplina dentro de la medicina alternativa que se llama Iridología. Esta se basa en el estudio e interpretación del iris del ojo para hacer diagnósticos clínicos. En esta parte del cuerpo van quedando señales de las enfermedades que vamos desarrollando a lo largo de la vida. O sea que los ojos no son sólo espejo del alma, sino que son un reflejo de lo que sucede al cuerpo entero.
Pero las personas no sólo nos reflejamos en nuestra corporalidad, también lo hacemos en nuestros actos, nuestra forma de vestir, la manera en que organizamos nuestro entorno, nuestro trato a los demás seres vivos e, incluso, a los objetos, y, en general, en el conjunto de relaciones humanas que desarrollamos.
Un ámbito que refleja mucho la esencia de la persona es su propia casa, su habitación, el espacio que le sirve de cascarón y que le resguarda en la intimidad. ¡Cuántos nos preocupamos por salir a la calle bien arreglados, dejando tras la puerta de nuestra habitación o casa un gran desorden! Esto muestra cuán preocupados estamos por la apariencia y no por la esencia, o mejor dicho por la coherencia en nuestra vida. Quizás sería más congruente ir desaliñados si esto es un reflejo de cómo tenemos nuestro espacio más íntimo.
Ahora bien, no se trata de promover el caos porque sí, sino de invitarnos a la autoreflexión. Si nuestro espacio es reflejo de desorden y suciedad, algo nos está queriendo decir de nosotros mismos. La mejor manera de trabajarnos es actuando sobre ese espacio. En la medida en que vayamos poniendo orden y limpieza, nuestro interior también se irá aclarando. Y si, además, hacemos de esto un hábito, seremos capaces de cosas aún más grandes.
Leí hace poco en un libro titulado “Sobre el amor”, de Willigis Jäger, una bella historia que viene a relación. Resulta que en un pueblo hacía tiempo no llovía y esto iba generando muchos problemas. Entonces hicieron venir a un sabio de otro pueblo. Éste observó un poco a la comunidad y les pidió un lugar donde refugiarse unos días. Al cumplirse el plazo, comenzó a llover de manera generosa y el hombre salió. La gente le preguntaba cómo lo había conseguido. Entonces él les explicó que había notado mucho desorden en el pueblo y que había decidido retirarse unos días para comenzar a ponerse en orden él mismo…
La historia es contundente. Hay que comenzar de dentro hacia fuera, poniendo orden en nuestra casa y, al mismo tiempo, en nuestra alma. Todo está conectado. Si aprendemos a tratar bien los espacios y los tiempos, estaremos tratándonos con dignidad y cariño a nosotros mismos.
Por Javier Bustamante
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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