El mismo Jesús nos dice: “Tú, cuando quieras orar, entra en tu habitación y enciérrate con llave, y ora a tu Padre que está presente en la intimidad”.
A veces nos provoca claustrofobia eso de cerrar la puerta. Podemos sentirnos prisioneros. Un poco como esos adolescentes que hay en Japón que se encierran con llave en su habitación y se conectan a la red y viven inmersos en un mundo virtual, no queriendo ver a nadie ni comunicarse con sus familias. Viven una patología social de nuestro siglo: la evasión. Necesitan evadirse de una realidad que no quieren, que no aceptan, que no les gusta… y se encierran.
Cuando Jesús nos dice “enciérrate con llave en tu habitación”, no es por evasión, no es porque ya no podamos más con los otros y dimitamos de todo. No es por estar hartos de de la humanidad. La suya es una invitación que no provoca claustrofobia, porque, en realidad, no significa quedar encerrado en la habitación. Por el contrario, es como si las paredes fuesen murallas que encierran el mundo al otro lado. Todo queda fuera, contenido por estas grandes paredes de nuestra habitación y, entonces sí, podemos paladear la verdadera libertad. Es muy contrario a sentirse prisionero. Somos prisioneros en el mundo: prisioneros porque nos toca actuar en función de los demás, según lo que conviene o no, por unos criterios de responsabilidad hacia ellos. Ahora, dejando y a las formalidades del mundo fuera, entramos en la libertad de Dios. Podemos ser tal y como somos y nadie nos dirá nada. Porque Dios mismo, que nos ha creado así, libres, ama nuestra libertad y nos quiere tal y como somos.
Por Josep Lluís Socías Bruguera
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