En el Evangelio de san Juan (2,1-11), leemos la conocida perícopa de las Bodas de Caná, en donde Jesús hizo su primer milagro. Nos cuenta el narrador que María estaba invitada a la boda. También Jesús y sus discípulos asistieron a ella.

Podemos hacer -como decía san Ignacio de Loyola- como si presentes nos hallásemos y contemplar esta escena de Caná: Una boda al estilo judío que duraba varios días y con mucha gente, invitados y amigos de éstos…,como eran los apóstoles. No es de extrañar que se les acabara el vino.

María se acerca a Jesús: No tienen vino (¡qué primer plano ese hablarse al oído, captaría aquí un director de cine!).

Y luego esta especie de tensión: Mujer, no ha llegado mi hora. Y sin una palabra más -ni de María a Jesús, ni de Éste a ella- comienza lo sorprendente de la escena: «Haced lo que Él os diga» de su Madre.

María así, tan sencillamente, adelanta la hora de Jesús. Ahí comenzó la hora de Jesús, de proclamar el Reino de Dios con signos y con fiesta.

Ya casi al final de los Evangelios, María cuando todos los Apóstoles y discípulos estaban sumidos en la desesperanza, María -segura de ser escuchada- volvería a decir a su Hijo, aunque muerto: «No tienen esperanza». Y de nuevo adelantó la hora. Jesús había predicho que a los tres días resucitaría. Murió el viernes en la tarde. Podríamos pensar que no resucitaría hasta la tarde del lunes. Pero no. Se adelantó lo máximo posible sin dejar de respetar la profecía de los tres días. Contó ya como primero, el viernes. El segundo el sábado y nada más despuntar el alba del tercero, cuando salen las santas mujeres hacia el sepulcro ¡ya Resucitó! María, con su misteriosa intercesión, adelantó la hora de la Pascua todo lo que era posible.

Por Josep Lluís Socías (Barcelona)