La Santísima Trinidad es el misterio cumbre de la revelación que nos hace Jesucristo.
Si tuviéramos en un perchero colgadas tres túnicas, una verde, el color de la esperanza, otra blanca, color de la fe y otra roja, color de la caridad ¿cuál ofreceríamos a Dios Padre, cuál al Verbo, cuál al Espíritu Santo?
Parece fácil pensar que la roja, símbolo de la caridad, la ofreceríamos a esa tercera Persona Trinitaria. Pero ¿cuál al Padre y cuál al Hijo? Después de mucha oración y seguramente iluminados por las Personas Divinas, ofreceríamos la verde-Esperanza al Padre. Ciertamente, hizo la creación lleno de esperanza de que sería la obra digna de sus manos. Más aún, a pesar de dar libertad a los hombres, seguía teniendo la esperanza de que éstos le amaran. ¡Dios Padre! ¡Padre de la Esperanza!
En cambio al Verbo le ofreceríamos la túnica blanca emblema de la fe resplandeciente. Si el Padre también había tenido una infinita esperanza en su Hijo Unigénito desde toda la eternidad, Este también desde toda la eternidad, tuvo siempre una infinita fe en el Padre. Aceptó por fe encarnarse. Redimir al mundo para que no se truncara la esperanza del Padre Creador. Y tuvo asimismo una fe inmensa en los propios hombres a los que iba a salvar. Por eso amó hasta a los enemigos. Y pidió por ellos en la Cruz: «Perdónalos porque no saben lo que hacen» porque si lo supieran, no lo harían. El fundamento de esta fe en la humanidad, era María, la Inmaculada. Ella sola ya colmaba esa fe.
Así, la esperanza y la fe derramaron sobre nosotros al encendido Espíritu del Amor Divino. En el sábado Santo cuando pronto empezaría del todo la Nueva Creación con la Resurrección de su Hijo, La Virgen María, Madre de Cristo es también una antorcha de total esperanza, reflejo de la infinita esperanza del Padre.
¡Oh María de la Claraesperanza! ¡Dánosla siempre! Sólo en ella como pedestal, brillará la luz de la fe y la llama de la caridad.
Por Josep Lluís Socías (Barcelona)
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