El incendio era de tal magnitud que el propio Jefe de Bomberos estaba, con todos sus sentidos, frente al edificio en llamas dirigiendo personalmente el rescate. Había un considerable número de personas atrapadas en el interior, con grave peligro de sus vidas. Del edificio, quizás poco podría salvarse; las personas eran lo importante.
Las macizas puertas de salida estaban atrancadas: en el interior habían perdido las llaves. Era absolutamente necesario que alguien, con una llave maestra, entrara y así poder abrir. Pero era arriesgado en grado sumo.
El Jefe de Bomberos era muy humano: amaba profundamente a todas las personas de aquél pueblo a quien él servía. Ciertamente él era el más hábil y experimentado de todos los bomberos. Los demás también lo sabían. Así que, sin dudar un instante, empezó a prepararse para hacer la tarea, aún arriesgando su vida.
Pero se percibió una nueva dificultad: dentro, con la angustia y el miedo, en vez de buscar soluciones con unidad, habíanse formado varios bandos que luchaban entre sí tratando de salvarse cada uno. Cada grupo intentaba soluciones diferentes y a veces conflictivas. La confusión reinó pronto dentro de aquel horno.
El Jefe de Bomberos vio que no sólo era importante la habilidad y la valentía profesional del rescatador a enviar, sino que también, dada la peligrosa enemistad surgida, era conveniente enviar alguien que pudiera hacer de mediador, de aglutinador; alguien que pudiera ser bien querido y aceptado y pusiera paz, no fueran a salvarse unos olvidando o aplastando a los otros.
Él podía hacerlo y estaba dispuesto a ir. Pero… -y se le enfriaron las carnes al pensarlo- había entre los bomberos otro tan hábil y experimentado como él, a quien él quería muchísimo: su propio hijo, su único hijo, que había seguido la valiente profesión de su padre. «Esta persona tan fiel, capaz, entregada y valiente –pensó- lo hará tan bien como yo. Además, a él, tan bueno, que saben que yo lo quiero tanto, incluso más que a mí mismo, es de quien tenemos la mayor seguridad que le aceptarán. Él es el que mejor les podrá coordinar y al fin rescatarlos» El bombero hijo adivinó el pensar de su padre –se diría que lo estaban pensando juntos- y se ofreció al instante.
El final ya lo conocemos. El Hijo logró abrir las puertas y fue muerto al hacerlo, murió en la Cruz. Se llamaba Jesús que significa Salvador.
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único… para que no perezca ninguno…» (Jn. 3,16)
Por Juan Miguel González Feria
(Salamanca)
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