¡Cuántas veces no nos hemos sentido frustrados porque el plan que habíamos trazado con tanto entusiasmo se ha venido abajo! ¡Cuántas veces no hemos discutido con nuestros mejores amigos haciendo peligrar nuestra amistad! Tanto una como otra son situaciones cotidianas, de las que tenemos experiencias demasiado frecuentemente. A ojos del mundo, además, son negativas. Pero Dios Padre, si se lo permitimos, puede dar un giro a esa situación y convertirla en beneficiosa. Sólo necesitamos desasirnos de ese sufrimiento y entregárselo a Él.

Un primer ejemplo es San Francisco Javier. El conocido jesuita, llevado por el deseo de “ganar almas para Dios”, se empeñó en convertir al pueblo chino al cristianismo para así crear un efecto dominó y convertir a Japón, país vecino y admirador de todo lo venido de China. Su calculadísimo plan falló al morir de una pulmonía en la isla china de Shangchuan, sin ni siquiera haber pisado el continente. Quinientos años después a San Francisco Javier se le conoce en toda China y los chinos católicos le tienen una devoción muy especial, pues le consideran el padre de su fe, a pesar de que no convirtió a ningún chino. Su fracaso, a los ojos de Dios, no fue un fracaso.

Un segundo ejemplo es el de las discusiones entre amigos. Sea como sea, cuando la relación entre dos amigos entra en crisis, se tiene la tentación de romper definitivamente con ese amigo, olvidarle y seguir nuestra vida. Pero después de ese primer impulso irracional, si escuchamos en nuestro interior y se produce la reconciliación, la amistad entre esas personas – que quizás estaba hasta entonces un poco aletargada- se reaviva y renace con más intensidad que antes. Es evidente que la mano de Dios Padre actúa y que se complace en sorprendernos dando sentido allá donde parecía que reinaba el absurdo. Su obra maestra fue la resurrección de su Hijo.

Dios Padre, como un cocinero experimentado, da la vuelta a todo lo que nos parece negativo y, como si girase una tortilla, nos hace ver, con habilidad, el lado más dorado de nuestras vivencias. No siempre lo vemos claro rápidamente. Dios Padre, rey de la eternidad, nos da tiempo para que podamos asimilar el alimento sin atragantarnos. Como decía el poeta Maragall, “todo pasa a fin de bien”, es decir, que a pesar de que algo nos parezca negativo y perjudicial, tiene ya en su interior la semilla del bien. Intentar ver bien donde parece que sólo hay mal, es un primer paso hacia hacer nuestra la esperanza de que el Reino de Dios está cerca.

Por Mónica Moyanos