En el capítulo 10 del Evangelio de San Lucas encontramos reseñado que Jesús envía a 72 de sus discípulos para que fueran por las ciudades a precederlo. Curiosa manera la de ir comunicando el Reino de Dios. Era una labor que apremiaba tanto, que Jesús nombró a un grupo grande de mujeres y hombres que lo seguían para ir anunciando ese camino de Amor.

Estos discípulos eran enviados nada menos que a dar testimonio de lo que estaban viviendo con Jesús. Iban de dos en dos, no de manera individual, ya que Jesús proclamaba un tipo nuevo de convivencia, y una persona sola no puede dar testimonio de comunidad, de comunión. Como mínimo dos. Dos ya comienza a ser grupo, familia.

Recordemos un predecesor importante de Jesús: Juan el bautista. Él también iba preparando los caminos de Jesús. Anunciando la conversión. Ahora estos y estas setenta y dos llevarían un tipo de bautizo diferente: el bautizo del testimonio. Es decir, mostrar que esa conversión es encarnable en el día a día, en la cotidianidad. Todas y todos somos iguales ante Dios y comprender esto engendra nuevas convivencias y nuevas relaciones. Bautizo quiere decir “sumergir”. Así pues, el anuncio que harían a los pueblos que Jesús los enviaba consistía en sumergir a las personas en nuevas maneras de relacionarse, amándose como el Hijo y el Padre se aman.

La cosecha son los frutos, el resultado de un esfuerzo de preparar la tierra, de plantar, de esperar pacientemente, de cuidar. “La cosecha es abundante”, les dice Jesús en este envío. Donde hemos puesto amor y lo hemos cuidado, este crece hasta arrojar frutos, pero hay que recogerlos porque corre el riesgo de que se pudran o de que vengan a robarlos. “Y los trabajadores son pocos”, reflexiona realistamente Jesús.

Desde el comienzo de su labor por compartir el Reino de Dios, Jesús sabe que es un trabajo arduo, que implica un itinerario interior de liberación, de renuncia, de aprender formas de amar que salen del egoísmo. Por lo mismo, no es cómodo siempre: hay que encontrar la riqueza que no es del mundo y esta no se halla donde está la del mundo; hay que reconocer en personas nuevas a nuestros hermanos y hermanas, madres y padres; hay que ir sin saber adónde vamos a llegar, con lo puesto, sin comida bajo el brazo, sólo con el testimonio.

Jesús pide que pidamos a Dios que haya más enviados para que muchas personas no se pierdan la belleza y el amor que representa el Reino de Dios. “Pedir y se os dará”, dice en otro punto de los evangelios. El Padre quiere que le pidamos, no porque quiera generar una relación de dependencia de nosotros hacia Él, sino porque quiere que confiemos, que pidamos lo que necesitemos. Cuando pedimos, nos abrimos a la posibilidad de recibir. Y, como Dios está dándose todo el tiempo, entonces seremos capaces de ver que a nuestro lado está la solución de las cosas.

Para concluir su envío, Jesús anima a estos 72 amigos a que digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Cerca es la palabra clave. Cerca es al lado de uno, no lejos. Cerca es proximidad y, proximidad, hace referencia al prójimo. El Reino de Dios está en el prójimo. El prójimo es la persona en la que podemos palpar verdaderamente el amor.

Dejémonos bautizar en el Amor: sumerjámonos en relaciones que nos lleven a experimentar el Reino de Dios aquí en la tierra.

Texto: Javier Bustamante

Voz: Javier Bustamante

Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales

Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

Audio: Sumergirnos en el amor