Los trenes, como a menudo los autobuses interurbanos, son espcios privilagiados para conversaciones sorprendentes. Aunque he de reconocer que tiendo a no establecer relación con los compañeros fortuitos de ruta, dado que prefiero aprovechar el trayecto para el diálogo interior y la contemplación del paisaje, a veces la situación se da y no me veo capaz de eludirla.
Lejos de la actitud casi impúdica de algunas personas que esparcen a todo volumen las intimidades de su vida, hay personas con las que se abre un diálogo fluido que llega a tener algo de interesante.
Pues hace tiempo, cuando de madrugada tomaba un tren con un largo recorrido por delante y, por tanto, muy predispuesta a dormir un rato en cuanto me sentara, un amable señor me hizo una sugerencia sobre la colocación de mi equipaje, añadiendo un cordial, “no se preocupe, no subirá mucha gente y la maleta no molestará”. Le agradecí el doble consejo y, muy rápidamente, él preguntó mi destino y alguna cosa más que dio pie a que yo, aún sin sentarme, hiciera un pequeño comentario. El señor me hizo el gesto de que había un lugar libre a su lado por si me apetecía sentar y seguir la conversación. Con una sonrisa facial y un pequeño reniego interior con el que me despedía de mi siesta reconstituyente después de una noche muy corta, acepté. Total: si la conversación era pesada, hacíamos transbordo en una hora y sería el momento de liberarme, habiendo cubierto suficientemente con un deber de cordialidad cívica.
En breves minutos quedó claro implícitamente, sin que hiciera falta decirlo, que los dos éramos creyentes, así que entrelazamos con toda naturalidad los comentarios sobre las cosas y las situaciones de vida con los matices confesionales cuando eran oportunos. Me explicó diversas cosas de su vida, considerablemente más larga que la mía. Y en un momento dado, cuando reseñaba una situación no deseada y fuente de sufrimiento, me dijo sin prestar mucha atención, “así que llegó esta cruz y yo la acaricié”. ¡Qué simplicidad y qué actitud tan profunda…!
Curiosamente, el día que pasó eso era la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Es una magnífica manera de exaltar la cruz, aprender a abrazarla y acariciarla en cada uno de los momentos en que se hace patente en nuestra vida. Seguramente eso es lo que permite que las cosas sean resucitadas por Dios.
Texto: Natàlia Plá
Voz: Àlex Borràs
Músca: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Audio: Conversaciones en marcha
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