Seguramente, como las mujeres de su época, María la madre de Jesús permanecía mucho tiempo en casa, dedicada a las labores domésticas, y ayudando a José en actividades relacionadas a la supervivencia familiar. Sin embargo, los evangelios no nos destacan esta actitud de María. Las noticias que nos llegan de ella nos presentan a una mujer andariega, itinerante, peregrina.

Después de la anunciación, María siente la moción de ir a visitar a su prima Isabel. Los niños que llevan en sus vientres saltan de regocijo. Aunque no lo especifica el evangelio, probablemente María permanece con su prima mayor hasta que nace Juan, quizás ayuda en el parto o está presente.

Más tarde ella misma, a punto de dar a luz, ha de emprender un viaje junto con José para irse a empadronar y el parto les sorprende en Belén. Pareciera que ya desde su nacimiento Jesús vive el signo del itinerar. El camino es su casa, la intemperie fue su cuna. Él mismo dirá sobre sí: el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Jesús, durante su vida pública, no tenía un domicilio fijo, vivía en casa de sus amigos.

La huída a Egipto es la siguiente noticia que tenemos de la sagrada familia. De nuevo les encontramos haciendo del camino su hogar. ¿Cuánto tiempo permanecieron en Egipto? ¿En casa de quién se fueron a refugiar? Esta impermanencia fraguaría de alguna manera el temperamento de María, José y el mismo Jesús.

Como peregrinos los encontramos en Jerusalén, en el famoso pasaje en que Jesús está en el templo mientras sus padres lo buscan angustiados. La hisoria del pueblo judío está marcada por la itinerancia, la costumbre de peregrinar a la ciudad santa es un signo de ello.

Luego, ya en su etapa de anuncio del Reino, tenemos indicios de que María sigue los pasos de Jesús como una discípula más. No sabemos si en el último viaje de Jesús a Jerusalén María iba con el grupo o si fue avisada del prendimiento de su hijo y de su condena, el caso es que la encontramos ya el pie de la cruz.

Semanas despúes, de nuevo tenemos noticias suyas durante la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés, cuando estaban todos reunidos en Jerusalén.

¿Será que también María, como Jesús, simbólicamente “no tenía donde reclinar la cabeza”? Si uno visita tierra santa, en el itinerario se muestra la casa de María en Nazareth. Seguramente ella pasaba mucho tiempo en su hogar, pero por lo que se nos habla de ella, no vivía encerrada o aferrada al hogar. Su casa era algo más que esas paredes. Su casa era ella misma y las relaciones con sus prójimos. Su casa era el Reino que iba anunciando Jesús. Probablemente algunos atisbos de ese Reino que se anunciaba, también los aprendió Jesús de su Madre y los incorporó en sus enseñanzas.

La casa son las personas que habitan en ellas, que la animan, que le dan vida. María lo tenía muy claro y con esa libertad vivía el itinerar como algo muy natural. “Donde tengas tu corazón ahí está tu tesoro”, se dice. Ella tenía su corazón en el Reino y con una fe intrépida era capaz de seguir las huellas de Jesús. Esta actitud de María que nos reseñan los evangelios, no es un descuido del hogar o un desprecio de lo doméstico o lo familiar, al contrario, es una liberación de este ámbito, situándolo más allá de lo material, poniendo el acento en las relaciones humanas y en la dimensión de la fe. María nos ofrece uno modelo de casa sin paredes, un hogar itinerante que se va expandiendo en la medida que va viviendo el Reino de Dios. “Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad del Padre” vendrá a decirnos Jesús, y con ello nos ofrece un tipo de hogar inspirado en el Reino.

Audio: María, un hogar itinerante

Texto: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza