Podemos ver el tiempo tal como está en un reloj o en un calendario:
Cada minuto es igual para la aguja que pasa…
Cada hoja de calendario es igual: una página con una cifra…
Pero bien sabemos que no es así. Que eso es una abstracción que sirve para medir. En realidad no hay ningún minuto igual, ningún día igual… Todo se renueva sin parar. Un poeta francés, Christian Bobin, pregunta al árbol que crece delante de su ventana: «¿Qué novedades hay?» Y el árbol contesta: «¡Todo!»
La Iglesia nos propone un ciclo litúrgico, pero los tiempos indicados no son una repetición. Estamos invitados a celebrar cada año un tiempo de Adviento, lo cual implica preguntarnos siempre de nuevo: ¿Sigo esperando hoy, con convicción, la venida de Jesús?
Cuentan los Evangelios la curación de un sordo que, además, hablaba con dificultad… Discretamente, pero sin pudor, y sin miedo, Jesús tocó la persona, allí donde estaba enferma: sus oídos, su lengua. Y le dijo «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» (Mc 7, 31-37) Fueron palabras esenciales del mensaje de Jesús. Ábrete, no te encierres en tu enfermedad… Ábrete, no te encierres en tus angustias… Ábrete, toma el camino conmigo…
¿Resuenan todavía estas palabras de Jesús en nuestros corazones?
El Adviento es un tiempo de «Effatá», de apertura a lo que va a venir. Impide que nos quedemos encerrados en el pasado o en el presente… Un tiempo, a la vez de espera y de esperanza… Abierto a la novedad: la novedad de Jesús Resucitado, siempre inesperada.
Por Pauline Lodder
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