Esta semana Santa pude participar en las celebraciones de una ciudad al norte de Portugal. El domingo de Pascua por la mañana más de 30 compassos formados por 5 ó 6 personas fueron enviados a anunciar a la ciudad que ¡Cristo ha resucitado! ¡Como las santas mujeres, que prontas fueron de madrugada al sepulcro y lo encontraron vacío, pero a su encuentro con Cristo Resucitado fueron enviadas a anunciar la resurrección a los apóstoles!
La visita pascual es una tradición ya muy enraizada en algunas parroquias portuguesas. En este caso, las familias que querían recibir el anuncio tenían que poner unas flores o simplemente unas hojas en el suelo a la entrada de su casa y, al oír el sonido de la campana que anunciaba la llegada del compasso, abrir la puerta. El compasso sólo visitaba aquellas casas que tenían la puerta abierta, sólo visitaba a aquellos que querían recibir el anuncio de la resurrección. ¡Qué bonito signo! Cristo no se impone, se muestra, se nos acerca, sale a nuestro encuentro, como lo hizo con las santas mujeres. Y, si lo buscamos, ¡tendremos la sorpresa de encontrarlo resucitado!
En una mañana visitamos aproximadamente 80 casas, unas más bien puestas, otras más humildes. En algunos hogares vivía una anciana sola y en otras casas era la familia entera que recibía con alegría el anuncio de la resurrección. Cuando faltaba algún miembro de la familia nos pedían que esperásemos un poco hasta que la familia estuviera completa. Algunos, al vernos pasar, se apresuraban a colocar las hojas en el dintel de la casa, pues decían que este año pasábamos más temprano que otras veces. Algunos, no pocos, ya nos esperaban en la calle.
En una callejuela de casas muy sencillas, una señora nos dijo que su casa no estaba en condiciones, pero que a ella le gustaría que también la visitáramos y rezáramos con ella.
Al oír sus palabras inmediatamente pensé: ¿y mi casa está en condiciones? ¿Está bien barrida y ordenada? ¿Recogí todas las cosas antes de salir temprano y apresurada? ¿Y yo? ¿Estoy en condiciones para recibir el anuncio de Cristo Resucitado?
Esta mujer, con su humilde gesto, nos dijo que lo único que necesitamos para encontrarnos con Cristo es desearlo, desearlo porque sabemos que somos tan poca cosa. Sabemos que nuestra casa no está en condiciones, que nos equivocamos, que pecamos, que no siempre amamos como deberíamos, y mucho menos perdonamos setenta veces siete. Nos damos cuenta de ello, intentamos enmendarlo, pero no lo conseguimos “puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.” (Rm 7, 19). Lo único que podemos hacer es aceptar nuestro ser, contingente y pecador, pero aceptarlo con humildad y alegría, y así cuando nos encontremos con Cristo podremos decirle ¡“ya sé que mi casa no está en condiciones pero me gustaría que entrases”!
Con este encuentro también nosotros podremos ir resucitando al hombre y a la mujer nuevos que somos, para vivir con Cristo Resucitado un cielo en la tierra.
¡Bendita sea esta mujer y benditos sean todos aquellos que nos abrieron las puertas de sus casas, fueran como fueran, porque íbamos en nombre de Jesús a anunciar su Resurrección!
Por Gemma Manau
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