IV. Perfiles de mujer

4.I ) Las que vinieron de España

a) Catalina Bustamante (la primera maestra)

¿Qué sabemos de esta mujer? Como mencioné antes, era originaria de Llerena (Badajoz), España, viuda; estaba asociada a la familia franciscana como terciaria seglar. Había llegado a la Nueva España con su esposo, Juan Tinoco y con sus dos hijas. En 1528, Catalina recibe de Fray Toribio de Benavente, franciscano, un antiguo palacio, en la ciudad de Texcoco, para poder establecer un colegio de niñas. Catalina tendrá ayuda de las maestras que llegarán más tarde de España, fruto de dos misiones educativas organizadas por el obispo Zumárraga y sus hermanos franciscanos.

Catalina no sólo forma a las niñas y educa en la fe cristiana, sino que defiende la dignidad de las niñas que están bajo su cuidado y acude a quien puede darle ayuda para evitar abusos: el obispo Juan de Zumárraga y sus compañeros franciscanos.

[1] Estos se dirigieron a la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V de España, quien tomó vivo interés en la importancia de la educación de las mujeres y tomó parte activa en el envío a México de otras maestras.

Catalina viaja incluso a España y visita personalmente a las emperatriz explicándole la tarea que se estaba llevando a cabo y, con ayuda de esta última, llevará a México cuatro maestras más, también terciarias seglares. Catalina impulsa así, en 1535, la tercera misión educativa.

“Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca sino con obras y según la verdad” (I Jn 3, 18)

Catalina, primera maestra, abrirá rutas a muchas otras que llegarán después, caminos en la educación y en la defensa de la mujer, tan desprotegida antes y ahora. Ella fue humilde. Sabía que sola no podía llevar adelante aquel proyecto y buscó ayuda, impulsando así a que otra mujeres se unieran a ella.

«¡Qué hermoso es compartir con otros nuestros sueños, anhelos, proyectos; lo que nos hace vivir y que creemos importante! Aquello que, hecho con y por amor, puede ser un granito de arena, fermento en la sociedad y en el mundo. Quizá al comunicarlo encuentre yo gente que quiera ayudarme a realizarlo. Tal vez también el decirlo suscite que otros descubran y compartan sus propios sueños… los lleven adelante con alegría. Y si por acaso encontrásemos a personas que tuvieran los mismos anhelos, podríamos además tener la dicha de juntos trabajar para que el amor de Dios fecunde la tierra.»

b) Elena Medrano y sus compañeras (Las misiones educativas)

Según algunos datos recogidos, Elena era beata del convento de las Isabeles de Salamanca, asociada a la orden franciscana como terciaria. Vivía en la iglesia contigua de San Juan de Barbalos, erigida en el siglo XII. En el tiempo de Elena e incluso ya antes, había mujeres que vivían como eremitas, pero en lugar de marcharse a lugares lejanos, vivían en las ciudades o poblaciones, en pequeños habitaciones en el interior de algunas iglesias. Elena escuchó el llamado de Dios, que se concretó en la petición que le llegó a través de Fray Antonio de la Cruz de ir a la Nueva España. Elena viajó con una sobrina, Paula de Santa Ana y otras terciarias franciscanas de Salamanca y de Sevilla, en total seis. Salieron, el 15 de agosto de 1530, en compañía de Fray Antonio de la Cruz, embarcando en San Lúcar de Barrameda, Cádiz, llegando al puerto de Veracruz a fines de noviembre y luego fueron trasladadas a la ciudad de México.[2] Allí vivieron en casa de una viuda mientras que las habitaciones del edificio colegial estaban listas. En 1531, se estableció formalmente un colegio-monasterio que se llamó: “La Madre de Dios”. Al principio tuvieron 200 alumnas. Esta casa fue semilla de lo que más adelante se convertirá en el primer convento de México, bajo la regla de la Orden de la Inmaculada Concepción.

No todas las mujeres de este beaterio se hicieron monjas, ni todas se quedaron en México. Juana Velásquez se regresa a España en 1532; Ana de Mesto trabajó en la educación durante 13 años y se regresó a Sevilla en 1544. Elena Medrano y la sevillana Luisa de San Francisco se quedaron en la Ciudad de México. Paula de Santa Ana, la sobrina de Elena, se quedará en México y profesa en 1540 en el nuevo convento de la Concepción, de donde llegaría a ser abadesa hasta 1555. Elena murió hacia 1540.

Elena Medrano y sus compañeras, con corazón generoso, respondieron a la invitación que se les hacía de ir a la Nueva España. Cruzaron el océano en una época en que la dificultades y los peligros de un viaje de largos meses no eran pocas: enfermedades, peligros de naufragio, etc. En un viaje a Salamanca, España, conocí a la iglesia de San Juan de Barbalos, aquella iglesia erigida en el siglo XII, donde se dice vivía Elena antes de salir para la Nueva España. Una hermosa iglesia en la bellísima Salamanca.

¿Cómo sería su vida en su pequeña vivienda de la iglesia? Dicen que la vida de estas mujeres era como la de los ermitaños. Sólo que esta vida de oración no se pasaba en los lugares desérticos, sino en las ciudades y poblados. Una vida de mucha oración y silencio. Y habría personas que irían a verla para pedirle que rezase por sus necesidades, como lo hacían con otras mujeres que habían escogido este tipo de vida.

¿Qué fue lo que le hizo aceptar la invitación de ir a la Nueva España? No se conservan estos detalles de su vida; la conocemos sólo por sus obras. Se dice de ella que enseñó y educó piadosamente a mujeres indígenas y a españolas recién llegadas.

Elena era beata del convento de las Isabeles, asociada a la espiritualidad franciscana, como terciaria. ¡Qué bueno que también a través de ella, de la educación que impartió, de su testimonio (como el de otros y otras de la familia franciscana), llegara a muchas mujeres, el espíritu de la alegre pobreza y humildad de Clara y Francisco! Elena fue también digna hija de Isabel de Hungría, a quien se le atribuye la fundación de la tercera orden regular. De Isabel se dijo que “no se comprendería nada de su estilo de vida, ni de su actividad agotadora, si ignoráramos sus frecuentes y largas horas de oración”.[3]

“Dios es Amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (I Jn, 4, 16). Las beatas y las primeras monjas que conocieron a Elena la recordaban diciendo que fue “mujer ejemplar que llenó en poco tiempo muchos años de santidad”.[4]

c)  Inés de la Cruz Castillet (Fundadora del Carmelo en México)
(1567-1633)

Inés nace en Toledo, España, hacia el año 1567. Crece en una familia muy cristiana y dentro de un ambiente propicio para poder vivir su fe. Desde pequeña dice que quiere ser monja y una vez se escapa porque quería vivir como ermitaña. La pequeña Inés ya se está apuntando a la escuela de Elías, el padre del Carmelo, sigue firme en su propósito y está a punto de entrar de carmelita en el convento de San José de Toledo. Sin embargo, sus papás deciden irse a la Nueva España y ella los acompaña. Y se va con ellos, alegre, a pesar de esta nueva orientación en su vida. Suponía que iba a morir mártir en tierra de infieles. Así también lo había creído la niña Teresa de Ávila, antes de ser reformadora. Ya en la Nueva España, Inés verá de cerca la realidad de esa tierra. Entonces, puesto que no existen carmelitas en la capital, Inés, orientada por su director espiritual, entrará de monja en el convento concepcionista de Jesús María. Los datos que se tienen no convergen. Probablemente Inés tomó el hábito entre los 18 y los 21 años y vivió intentando ser fiel a su vocación, desarrollando también el talento que tenía por la música y el canto.

A los siete años de haber profesado, Inés se enferma. Los médicos no aciertan a saber cuál es el origen de sus males, que le producen fiebres. La enfermedad durará ocho años, a pesar de los cuidados que le dieron para que se fortaleciera y alimentara bien. Inés sufre, no sólo por estar enferma, sino por ver que el tiempo pasa y que ella no puede participar activamente en la vida ordinaria de la comunidad. Inés decide no ocuparse demasiado de sus males y hacer vida normal retomando los trabajos comunitarios, y comienza para ella una nueva etapa. Inés renace y con ella su vocación al Carmelo, mientras que recupera por completo su salud.[5]
Inés lee las obras de Santa Teresa y escucha con interés los sermones de un padre carmelita descalzo, Fray Pedro de San Hilarión. (Los carmelitas habían llegado a México en 1585). Su deseo de entrar en un monasterio de carmelitas se hace más fuerte, y como no lo había en la ciudad, Inés siente en su interior el llamado a fundar uno. El fraile carmelita la pone en contacto con un hombre mayor, rico, que deseaba fundar un convento de carmelitas en México.

El deseo de ser carmelita, ya no es sólo de Inés: otras monjas, compañeras suyas, alentadas por el entusiasmo de Inés y por las lecturas de Teresa de Jesús, quisieran vivir esta misma espiritualidad. Una de las religiosas más entusiastas fue nombrada abadesa, Sor Ana de la Concepción. Ella invita a padres carmelitas a dar acompañamiento espiritual a las que compartían el deseo de la nueva fundación. La abadesa también cuidó la vida espiritual de las monjas, organizando ejercicios espirituales para la comunidad y llevando padres de la compañía de Jesús como confesores.

Dios sigue adelante su obra a pesar de las dificultades que se iban presentando. El anciano que pretendía hacer donación para un convento de carmelitas muere sin haber reformado su testamento a favor de la nueva fundación. Muere también, el carmelita, Fray Pedro de San Hilarión, que tanto les había ayudado. Inés se enferma gravemente pero se recupera.

Dios sigue suscitando corazones para esta obra. El nuevo arzobispo de México, Fray Juan Pérez de la Serna, ha llegado a la Nueva España. El arzobispo había prometido a Santa Teresa de Jesús que fundaría un convento de carmelitas en la ciudad por haber alcanzado salir con vida de una terrible tempestad que puso en grave peligro el barco en que viajaba hacia América. La promesa de un arzobispo y mujeres como Inés y una compañera suya, Mariana de la Encarnación, que supieron esperar el momento de Dios, da sus frutos. Una espera amorosa, activa y abierta a los signos de Dios.

Hasta lo del dinero se arregló con testigos que dieron fe de la voluntad del anciano difunto. Tras ocho meses en que mucha gente trabajó con dedicación, el 1 de marzo de 1616, por devoción de Inés al Ángel de la Guarda que se celebraba ese día, se fundó el convento de San José. Inés tiene en esos momentos unos 46 años.

Cuentan, que Dios le había dado el don de conocer los corazones de sus hermanas. Este don lo puso Inés al servicio de la comunidad para ayudar y reconfortar a las novicias, como una madre con sus hijas. Y día a día, Inés vivía con mayor profundidad su amistad e intimidad con Dios. A los 66 años una enfermedad le fue minando el organismo y murió el 5 de septiembre de 1633.

Inés, me impresiona por su fidelidad a su vocación primera. Ella sentía en su corazón el deseo de ser carmelita, allí en Toledo, donde nació. Luego, por circunstancias familiares, tuvo que emigrar a la Nueva España. Durante años Inés como María de Nazaret, “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. (Lc 3,51) Y entró en otro convento, el de la Concepción, e intentó vivir en esa comunidad, su vocación de entrega a Cristo. El tiempo pasa y quizá, luego de haber meditado y madurado todo aquello que le hacía vivir, nace en Inés el deseo de compartirlo. Y lo hace, con algunas compañeras del convento y esto da lugar a que otras deseen vivir a fondo esta espiritualidad. Ello será el germen del nuevo Carmelo en la ciudad de México. Inés fue una mujer de esperanza, confiando en Aquél que no defrauda. Curiosamente, seguirá el ejemplo de Beatriz de Silva, [6] la fundadora de las concepcionistas, que vivió acogida en un convento en Toledo durante unos 30 años, esperando también que llegara “el tiempo de Dios” para la nueva fundación. Tiempos de esperanza habitados, por ambas, de mucho amor.

d)  Lorenza Bernarda, capuchina de Toledo (1622-1697)

Ana María (en el convento Lorenza Bernarda) nació el 31 de diciembre de 1622, hija de Miguel de Casa Navas y María de Moreda, familia originaria de Aragón. Su padre tenía un puesto importante en el consejo del rey Felipe IV. Ana María entró joven en el convento de las capuchinas de Toledo y recibió el nombre de Lorenza Bernarda. Se dice de ella que era inteligente y con muchas virtudes, lo que hizo que la eligieran como maestra de novicias para la nueva fundación en la Nueva España.

A los pocos meses de la llegada de las monjas a la ciudad de México, María Felipa, la abadesa, murió, y fue elegida Lorenza Bernarda, quien tuvo este cargo hasta su muerte el 7 de octubre de 1697.

A la nueva abadesa le tocó llevar adelante la fundación con paciencia y constancia. Primero viviendo acogidas generosamente por las monjas concepcionistas y luego en una casa convertida en convento, que resultó enseguida demasiado pequeña, por haber muchas mujeres con el deseo de ingresar en el nuevo convento, atraídas por la sencillez de vida de esta comunidad. Hubo que comprar casas contiguas al convento y construir una iglesia, que se inauguró en 1673. A las monjas, Lorenza Bernarda las orientó con fidelidad a una vida de sencillez y pobreza, según el carisma franciscano.

Se cuenta que cuando estaba aún en el convento de Toledo, las que iban para la Nueva España, preparaban con alegría todo lo que les era necesario con mucho entusiasmo. Habían pasado ya casi diez años desde la invitación del arzobispo de México, su antiguo capellán en el convento de Toledo. Incluso ya no era él el arzobispo allí, sino que tenía otro cargo en España. Tanto tiempo había pasado desde los permisos tramitados por el prelado responsable de la orden capuchina….

Hasta soñaban que Nuestro Señor les manifestaba su deseo de que fueran a aquellas tierras. Otras monjas del convento se oponían al viaje, con miedo a no encontrar un barco seguro. Incluso Lorenza Bernarda recibió una carta severa de parte de un alto prelado que le desaconsejaba salir a la fundación. A punto de partir y con oposiciones y miedos de algunas, ¿qué hacer? Se dice que entonces María Bernarda cogió la carta y la quemó, dando por terminados los últimos obstáculos.[7] Su perseverancia la ayudó a vencer las dificultades para realizar la nueva fundación en la Nueva España, y la obra de Dios se llevó adelante.

Es posible que después de un tiempo, de unos años de fiel y generoso desempeño de uno u otro apostolado, Dios nos llame de nuevo para una nueva misión. Y a veces es duro desinstalarse, dejar sus seguridades. Lorenza Bernarda tenía casi 43 años cuando llega a la Nueva España. Ella y sus compañeras de fundación estaban bien en su convento, siguiendo a Cristo con alegría luego de años de bondadosa entrega. Pero se les invita a una nueva misión, a dar un nuevo “sí”. A seguir entregando su vida a Cristo con nuevo vigor; predicando con su vida y su palabra, el amor de Cristo que les habita y le da vida. Y con ese amor en el corazón, se sienten llamadas a ser testigos del amor de Dios en aquellas tierras lejanas. Anunciar así que Dios les ama. Para ello, sabemos que no estamos solos. Cristo está con nosotros, él nos lo ha dicho: “..he aquí que estoy con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 20).

e) Teresa Brígida Eduarda de Jesús: brígida, abadesa y una de las fundadoras con el grupo de Vitoria ( 1685-1765)

Teresa es hija de José de Sarria y Mariana de Enarra, originarios de Vitoria, España. Nació el 13 de octubre de 1685 y tomó el hábito en el convento de las brígidas de Vitoria el 13 de septiembre de 1699.

Salió para México el 18 de mayo de 1739; tenía casi 54 años. Teresa había vivido ya unos 40 años en el convento y ahora encabezaba el grupo que salía desde Vitoria para México, para la nueva fundación del convento de Santa Brígida. Un viaje que, como era común en esa época, no estaba exento de dificultades y peligros, como mencioné al hablar de la fundación.

Se cuenta, en las crónicas del convento, un relato del tiempo en que estaban en espera de que se terminara la construcción del nuevo convento. Había ya pasado casi un año y las monjas no veían que los bienhechores se apresuraran a terminar el edificio. Ellas, aunque acogidas con cariño y generosidad por las concepcionistas, no podían en tanto que comunidad seguir mucho tiempo allí. Deseaban ya poder vivir su carisma propio y la vida de pobreza que ellas habían profesado.

Teresa Brígida, abadesa, decidió en junio de 1744 escribir al arzobispo, pidiéndole su licencia para trasladarse al nuevo convento, en las condiciones que estuviese, pues ya faltaba poco para terminar y lo que quedaba por hacer sería de poco costo. Le dijo además en su carta, que, si no respondía, su silencio sería considerado como aceptación, y que esperarían a irse a que pasase la elección de abadesa en el convento que les había acogido. Y como hubo silencio (unas simples letras de acuse de recibo), la abadesa, luego de prudente espera de cinco meses, el 27 de noviembre, a las 6 de la mañana, salió con sus hermanas de Regina Coelli y se fueron a casa del matrimonio impulsor de la fundación, que estaba al lado del convento en construcción. La decisión de Teresa Brígida y sus compañeras causó escándalo. El secretario del arzobispo y vicario de religiosas les recriminó su conducta y les pidió regresar al convento concepcionista. Pero ellas respondieron con igual resolución que antes se volverían a España que al convento de Regina Coelli.[8] Estuvieron allí, en aquella casa, recluidas, sin poder salir, por espacio de 25 días, hasta que la tormenta pasó. Finalmente, el virrey de la Nueva España decidió ayudar a las monjas, logrando, con su autoridad, que se diesen prisa en terminar la construcción del convento. Se trasladaron el 21 de diciembre de 1744.

Teresa Brígida vivió aún largos años. Murió el 6 de septiembre de 1765. Los últimos tres años, enfermó de riñón y de estómago y sufrió constantes dolores de cabeza; además de sufrir interiormente sequedades y desconsuelos. Cuentan sus hermanas de la comunidad que todo lo que ella estaba viviendo la acercaba a Jesús, “corriendo como cierva herida a saciar su sed en las fuentes del Salvador”.[9]

“Mi fuerza y mi cántico es el Señor”. (Salmo 118, 14). Dicen que la fortaleza nos hace capaces de vencer el temor y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones y de tomar la defensa contra la injusticia. Una fortaleza enraizada en Dios. Teresa Brígida fue una mujer llena de fortaleza. Abriéndose a la gracia de Dios, sacó adelante la nueva fundación. Para esto, tuvo además que tomar decisiones que no fueron del gusto de todos, para salvaguardar lo que creyó importante: vivir en comunidad el carisma propio de su orden. Aportó esa especificidad, para lo que habían sido llamadas a fundar en las lejanas tierras de la Nueva España. “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”. (I Co, 12, 4-7) ¡Alegría de ser unos en Cristo, de ser cuerpo de Cristo, de ser Iglesia!


4. 2 Frutos de la evangelización

a)          María Magdalena de Lorravaquio, jerónima (1570-1630)

María Magdalena es hija de Domingo Lorravaquio y de Ysabel Muñoz. Cuenta ella en sus escritos que desde muy pequeña quiso entrar al convento pero no lo logró sino hasta cumplir los 15 años, cuando ingresó al de San Jerónimo de la Ciudad de México, el 22 de julio de 1590. Este había sido fundado seis años atrás.

A los dos años de entrar en el convento, María Magdalena se enfermó de la garganta. La enfermedad avanzó haciéndole úlceras, se complicó con fiebres reumáticas y otros problemas de salud. Los tratamientos de la época no lograron curarla y los efectos secundarios fueron muy duros. Su salud se fue deteriorando poco a poco, dejándola por el resto de su vida – 44 años – inválida en cama.

María Magdalena, desde su cama de enferma, vivirá cada día con mayor profundidad su unión con Dios; unión que comenzó siendo aún niña.

Con sencillez y corazón amoroso, María Magdalena inicia su día enraizándose en la oración, para luego llevar a cabo algunas actividades que su condición de enferma le permitían. Curar las llagas, dar catequesis a las jóvenes que estaban al servicio del convento y que deseaban profundizar su fe, hacer alguna labor manual, ayudando así al trabajo de la vida de la comunidad y tomando también tiempo para la lectura espiritual.
A petición de sus confesores (dos sacerdotes jesuitas: Juan Sánchez y Jerónimo Ramírez), María Magdalena dedicará tiempo para escribir los favores de Dios que ella supo acoger y corresponder como fiel hija y amiga de Dios.

La autobiografía de María Magdalena es el primer escrito místico femenino que se conoce producido en la Nueva España. [10] Sus escritos son sencillamente el relato de su vida y de su amistad con Dios.

María Magdalena cuenta en sus escritos: “Otra vez estando en oración de coloquio con unos ardientes deseos de amar a Dios y unir mi alma con él me suspendí y en ella me llevaron el alma en una soledad o campo muy grande lleno todo de lirios muy olorosos y estando mi alma deleitándose en esto, vi a Cristo como cuando andaba en el mundo. Y en viendo mi alma esto, se iba tras el Señor con tan grande ansia y fervor que me parecía a mí se me arrancaba del cuerpo y en estas ansias se me desaparecía. Y vuelta de esta suspensión fueron muchos los regalos y mercedes que Su Majestad me comunicó y los efectos que me quedaron de amarle y servirle con muchas veras”. [11]

María Magdalena, mujer de oración, abre su corazón a quienes acuden a ella. En unión con Cristo, reza por los enfermos, por los que tienen todo tipo de problemas, por las elecciones del convento, por las necesidades de la Iglesia. Murió el 19 de enero de 1636.

“Todo cuanto hagan, de palabra y de obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.” (Col 3, 17).

María Magdalena con gran realismo, supo vivir cada día asumiendo sus problemas de salud, viviendo a la vez una vida de plenitud. Desde su cama de enferma, supo dar amor y dar testimonio del amor con el que se sintió amada.

b) María de Jesús Tomelín, concepcionista (1579-1637)

María nace en Puebla, México, el 21 de febrero de 1579. Su papá, Sebastián Tomelín, es de Valladolid, España, y su mamá, Francisca del Campo, de Ciudad de México. María es la mayor de varios hermanos. Durante el embarazo de su primogénita, Francisca, que tiene gran devoción a la Virgen María, con cariño le ofrece la niña que está por nacer. A ella acude Francisca, invocándola cuando al octavo mes de embarazo fue atropellada por un caballo y salió ilesa. A ella también se acoge, cuando su esposo se bate a duelo y felizmente las cosas terminan bien, dándose la mano, los dos caballeros. Se cuenta que la Virgen María se apareció a Francisca, consolándola y acariciándole la cabeza, y diciendo con ternura: “Hija mía, no temas, yo te ayudaré y tomaré a mi cuidado la niña que tan de corazón me has ofrecido”.[12]
Cuando María tenía unos seis años, como muchos niños que crecían en un ambiente cristiano, disfrutaba la lectura de vidas de santos. Y cuando leyó la vida de Juan Bautista le entraron deseos de hacer vida de ermitaña. Y un día se escapa de su casa con uno de sus hermanitos, dispuestos a comer panecitos que llevaban consigo y hierbas del campo. Hasta llevaban un cuadrito con la imagen de la Virgen María y el niño Jesús para rezar juntos. El papá los encontró días más tarde y los regresó a casa. Deseos de niña que serán germen de otros anhelos años más tarde.

El tiempo pasa y María es ya una señorita. Cuando ella expresa a su padre su deseo de ser religiosa, Don Sebastián se enoja mucho y muestra su desacuerdo. Además, culpa a su esposa de la vocación de su hija. Él tenía otros planes para ella, queriéndola casar con un caballero importante de la ciudad. Ante la actitud de su papá y la insistencia de éste en presentarle pretendientes, María cae enferma. Don Sebastián reza por la salud de María, prometiendo no estorbar a su vocación. Pero al recobrar María la salud, su papá insiste de nuevo en casarla. María se enferma de nuevo…y así varias veces. María, valiente, sigue fiel al llamado que siente en su interior. Las cosas se agravan en el hogar. Y un día, ante la firmeza de María, su papá, fuera de sí, le lanza un puñal que afortunadamente se clava en un armario. Después de esto, Doña Francisca acepta ayudar, en secreto a su hija, a que realice la vocación a la que se siente llamada. María quiere ser religiosa en el Convento de la Limpia Concepción de María. Doña Francisca toma contacto en secreto con el Obispo y con la superiora del convento.

Un día María y su mamá dicen que quieren ir a misa. Salen de la casa, muy vigilados por uno de los hermanos de María. Al llegar frente al convento de la Concepción, María dice que tiene mucha sed y pide a su hermano la deje llamar para pedir un vaso de agua. El muchacho no quiere pero ella, logrando que se acercaran al torno, acaba escapándose, suelta la mano y corre hacia la puerta del convento. Las religiosas, ya preparadas, la introducen dentro. El enojo de Don Sebastián durará algún tiempo. La gracia de Dios obra a través de la oración de María y de Doña Francisca. Don Sebastián más adelante, visitará con cariño a su hija en el convento. María toma el hábito en mayo de 1598 a los 19 años, con el nombre de María de Jesús.

María de Jesús había vivido desde pequeña, por gracia de Dios, en una gran intimidad con Dios, con Jesús, y con la Virgen María, quienes se comunicaban con ella, manifestándole sensiblemente su ternura y amor. Al poco tiempo de tomar el hábito, irá percibiendo, que el camino de la santidad, al que estamos todos llamados, es una senda que no está exenta de noches obscuras.

María de Jesús vivirá, en los comienzos de su vida religiosa, en una gran aridez. Incluso se preguntará si esta decisión ha sido la correcta, si su felicidad no estaría en regresar a su casa haciendo felices a los suyos y donde seguro haría también un gran bien. Las tentaciones más duras las sufrirá dudando si los favores que había recibido eran de verdad gracias de Dios o serían inventos suyos. Y hasta lo que le agradaba y daba más paz: la clausura, la oración, el silencio, todo se le vuelve sequedad.

María se siente desamparada y el capellán de las religiosas consulta a quienes pudieran ayudarla. Dicen que el Obispo supo entonces ver en María de Jesús una mujer con vocación, y muy llena de Dios y con dones de consejo, y le pidió orientación en un asunto que le preocupaba. [13]

María había vencido ya muchos obstáculos exteriores antes de entrar en el convento….y dentro de él también. Estando María ya en el convento, el papá le llevó, siendo aún novicia, un pretendiente. Y otro caballero, enamorado de María, no queriendo que ésta fuese admitida a hacer su profesión, declaró falsamente que María le había prometido matrimonio.

María, con la gracia de Dios y la ayuda de quienes la escucharon y supieron orientarla, logró vencer también los obstáculos interiores que le habían quitado la paz. Con gran gozo, hará su profesión solemne el 17 de mayo de 1599.

Los biógrafos de María de Jesús, se basan en el libro escrito por su amiga y confidente Agustina de Santa Teresa, que comenzará a escribir por encargo especial del vicario de religiosas que dudaba del espíritu que animaba el corazón de María . El escrito que comenzó siendo un informe, terminó siendo un bellísimo manuscrito, poniendo a la luz las maravillas que Dios hace en el corazón de quien se abre con generosidad, como fue el corazón de María de Jesús. De igual belleza fue sin duda la amistad que fue creciendo entre Agustina de Santa Teresa y María de Jesús. Amistad que duraría para siempre.[14]

María, acoge los dones de Dios y su generosidad los hace fecundos: dones de oración, de consejo, de discernimiento y todo esto lo vivía con sencillez y humildad. Dios hizo obras grandes en María de Jesús para bien de muchos.

Estos dones tuvieron también, como consecuencia para ella, sufrir incomprensiones de quienes no supieron acoger el misterio de esta mujer tan llena de Dios.

Cuentan que, poco antes de morir, María le dijo a Agustina que quería que recibieran juntas la comunión como acción final de la santa amistad que les había unido. Y comulgaron juntas las dos amigas. Y a las 3 de la tarde del 11 de junio de 1637, en la fiesta de Corpus Christi, moría María de Jesús a la edad de 58 años. Ya para morir, el obispo le preguntó si deseaba algo. Ella le contestó: “Sólo a Dios quiero, de todo lo demás, ni cuido, ni me desvela; porque todo queda en la mano omnipotente del Criador”.[15]

Dicen que ben-decir es decir bien, hablar bien….Bendecir a Dios es proclamar su bondad, es contar las maravillas que ha hecho por nosotros. Es gracias a Agustina que conocemos el relato de la vida de María de Jesús. El texto de Agustina pudo ser un simple informe, como se lo habían pedido, pues se dudaba que las vivencias de María de Jesús fuesen cosa de Dios. Agustina habla bien de Dios y habla bien de María de Jesús. La verdadera amistad nos hace lúcidos, y cuando amamos al amigo con amor de Dios, la amistad se vuelve una continua acción de gracias.

“Y dijo María: Alaba mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador” (Lc, 1, 46-47)

c)  Magdalena de Jesús (india cacique, clarisa)

Magdalena era de Tlaxomulco, localidad perteneciente a la diócesis de Guadalajara. Lo que sabemos de ella se lo debemos a las religiosas que escribieron las crónicas del convento, incluyendo apuntes sobre algunas de ellas. (No están en la crónicas las fechas del nacimiento ni de su profesión ni de su muerte en lo que a ella se refiere, pudo ser entre los años 1720-1730.) La primera parte de la crónica del convento se perdió cuando se llevó a cabo la exclaustración de las religiosas y la segunda parte está incompleta pero felizmente publicada.

Su padre queriendo que sus hija tuviese una buena educación, llevó a Magdalena, con otras dos de sus hermanas, al convento concepcionista de Santa María de Gracia, de la ciudad de Guadalajara, encomendando a una religiosa de allí, Isabel Cierva, la formación de estas niñas.

Dice la crónica que, desde jovencita, le gustaba retirarse a hacer oración. Más tarde en el convento diría con sencillez, cuando una hermana contaba sus dificultades para orar: “gracias a Dios que a mí no me cuesta trabajo alguno para tener oración”.[16]

El ejemplo de santidad de Isabel, su formadora, fue importante para Magdalena.[17] El testimonio de esta monja, más que sus palabras, ayudaron a Magdalena a desarrollarse como mujer y cristiana. Y crecieron en su corazón los deseos de ser monja, a ejemplo de aquella mujer de Dios.

Cuando Magdalena supo de la futura fundación del convento de Corpus Christi para indias nobles, comunicó a Isabel su deseo de ingresar en el convento. Isabel animó a Magdalena a seguir este llamado interior, y la ayudó a hacer los trámites necesarios para pedir la admisión. El convento se iba a fundar en la Ciudad de México y había muchas mujeres indias que deseaban entrar en él.

El padre de Magdalena estuvo muy contento de que la hubieran aceptado. La acompañaron al convento una gran comitiva de indios que la escoltaron hasta este lugar.

Se cuenta que el camino era peligroso y lleno de precipicios, y que se perdieron. Entonces, un hombre de venerable aspecto, atadas las sienes con una venda, les orientó a encontrar el camino. Magdalena vio en este hombre un enviado del cielo y por fin llegaron al convento con bien.

A los pocos días de estar en el convento, Magdalena vio una imagen de Cristo crucificado y observó que esta imagen del Cristo, tenía una especie de venda en la cabeza. Mirándolo con atención, dijo: Este fue el Señor que nos enseñó el camino que habíamos perdido cuando veníamos a México. [18]

De entre los muchos oficios que Magdalena desempeñó en el convento, se distinguió en el de enfermera. Dio mucha importancia a la higiene, considerando que en mucha parte el alivio de un enfermo consiste en el aseo. A las enfermas las trataba con mucho cariño, aplicando remedios caseros que ella conocía, para aliviarlas en espera de la visita del médico.

Fiel al carisma de Santa Clara, Magdalena llevó una vida de pobreza y humildad con alegría, y fue muy querida por sus comunidad.

“Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados…”. (Ef, 4,1).

Para Magdalena de Jesús, fue el ejemplo de caridad de Isabel, su formadora, lo que la ayudó a descubrir su propia vocación a la vida religiosa. Isabel no sólo fue ejemplo de vida para Magdalena, sino que además la animó y ayudó a que pudiera vivir plenamente la vocación a la que Dios la había llamado.

Cuántas veces el discreto testimonio de amor y fe de una persona ha sido motivo del despertar de una vocación o ha ayudado a afirmarse en la fidelidad al camino elegido.

d)          María Ignacia Azlor, Compañía de María, (1715- 1767)

Ignacia Javiera Echeverz, la madre de María Ignacia, había enviudado dos veces cuando se casa en terceras nupcias, en 1704, con José de Azlor, de familia de Aragón. El 9 de julio de 1711, salieron de su casa de Pamplona hacia la Nueva España. Se instalaron en San Francisco de los Patos, Nueva Vizcaya (hoy Coahuila). Aquí nacieron las dos últimas hijas del matrimonio: Mariana y María Ignacia. Ésta nació el 9 de octubre de 1715. Era esta zona, un lugar de industrias, especialmente las telares. La familia vivió entre la hacienda y la Ciudad de México.

El padre de Ignacia se interesó y trabajó en la exploración hacia el norte de aquella provincia. El virrey le nombró gobernador de Coahuila y Texas, en el momento del conflicto con Francia (1719).

María Ignacia tuvo una buena educación, en especial por parte de su madre y otros maestros; contaba además con la posibilidad de entregarse a la lectura, ya que gozaban en la casa de una buena biblioteca. Esta esmerada educación no es ajena a las inquietudes que más tarde tuviera ella, deseando facilitar el acceso a la cultura y a la educación a las jóvenes. Ignacia Javiera, madre de María Ignacia, había conocido a las religiosas de la Compañía de María [19] en Navarra y decía a sus hijas que si no las hubiera tenido a ellas, sus hijas, hubiera dado su dinero para una fundación de este instituto religioso en México.

Los padres de María Ignacia mueren en San Francisco de los Patos, con poca diferencia de tiempo, Ignacia Javiera el 25 de noviembre de 1733 y José, el 9 de marzo de 1734; tenía entonces María Ignacia 18 años.[20]

Después de la muerte de sus papás, María Ignacia tiene intenciones de viajar a España. Deseaba visitar a sus familiares, según el deseo de sus papás y también conocer la instituciónreligiosa de la que tanto le platicó su madre; María Ignacia alberga en su corazón el deseo de entrar de religiosa. Cuando el arzobispo de México se enteró, le aconsejó entrar el alguno de los conventos ya fundados en México. De hecho ella vivirá por un tiempo en uno de los conventos concepcionistas; pero no es allí donde iba a realizar su vocación. Irá meditando y madurando sus proyectos.

María Ignacia hizo testamento para dejar sus bienes en favor de la erección de un templo y convento dedicados a Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, fundación de religiosas de la Compañía de María. Sale para España, el 8 de mayo de 1737. En el camino leyó la vida de Juana de Lestonnac, la fundadora de este instituto.

Una vez en España, la familia de María Ignacia se opone a su entrada como religiosa en la Compañía de María. Sus parientes le presentan muchachos haciéndole ver ventajosos matrimonios. Su familia pensaba: ¿por qué empeñarse en ese instituto tan nuevo y no ingresar en las grandes órdenes antiguas?

María Ignacia, respondiendo con corazón generoso y perseverante, ingresó en el convento de Tudela, el 24 de septiembre de 1742 y el 2 de febrero de 1743 fue su toma de hábito. Vivirá allí durante algo más de siete años. Y seguirá llevando en su corazón el deseo de la fundación en México.

El 23 de diciembre de 1724, poco antes de profesar en el Convento de Tudela, María Ignacia escribe al rey Felipe V solicitando la fundación para la Nueva España, haciendo ver la gran aportación que podría ser ésta para aquellas tierras.

El 12 de octubre de 1752 parten para México y llegan el 5 de agosto de 1753. Desembarcan en Veracruz diez religiosas del convento de Tudela y una del convento de Zaragoza, la mayoría de origen vasco.[21] A la ciudad de México llegaron el 30 de agosto, acogidas en los comienzos, en el convento concepcionista de Regina Coelli.

Los trabajos de construcción comenzaron el 23 de junio de 1754 y el 21 de noviembre, el arzobispo bendijo el nuevo edificio bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar. Las religiosas se trasladaron el 18 de diciembre de ese mismo año. Las primeras alumnas fueron admitidas el 30 de diciembre y el 11 de enero de 1755 tuvo lugar la apertura del colegio.

Los trámites fundacionales y luego de consolidación de la Compañía de María fueron largos y no fáciles. María Ignacia y sus compañeras trabajaron en ello con una gran fidelidad.

María Ignacia concretó el proyecto de llevar a México una orden religiosa dedicada especialmente a la enseñanza de niñas. Dicen de ella que habiendo obtenido una buena formación y sabiendo cuán importante es el poder adquirirla, quiso que ésta fuese el patrimonio de toda mujer y a ello dedicó su vida. María Ignacia falleció el 5 de abril de 1767, a los 51 años.

“No nos cansemos de obrar el bien; que a su debido tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos”. (Ga, 6,9). Así vivió María Ignacia, obrando el bien, enraizada en su amor a Dios.


V. Conclusión

Este breve texto no es uno de historia aunque esté situado dentro de una historia, la de la evangelización de México.

La labor delos evangelizadores en México es conocida y reconocida. La presencia y obra de las mujeres evangelizadoras, lo va siendo.

Ellas y ellos, abriéndose a los dones del Espíritu Santo, vivieron impulsados por ese Espíritu “Señor y dador de Vida”. Y llenos del fuego del amor de este “dulce huésped del alma”, amaron a muchos siendo ellos mismos llamas vivas de Caridad.

Siendo también para tantas personas lo que el Espíritu era para ellos y que la Secuencia del Espíritu Santo del día de Pentecostés nos describe bellamente: siendo tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Regando la tierra en sequía, sanando el corazón enfermo, infundiendo calor de vida en tantos hielos…

Gracias a estos hombres y mujeres, la Buena Nueva llegó a aquellas lejanas tierras….

Este escrito menciona a algunas mujeres, representativas, y cuyas vidas me parecieron luminosas. Disfruté mucho leyendo sobre el tema. Conocer un poco sobre las vidas de estas mujeres fue maravilloso.

Este pequeño texto sólo desea ser un canto, un canto de alabanza y agradecimiento. Dando gracias por aquellas mujeres que llenas de amor de Dios y amando con este amor de Dios, fueron portadoras de la semilla del evangelio o fueron su flor y fruto.

Que el testimonio de estas mujeres aliente nuestra esperanza para vivir nuestra vocación con alegre fidelidad.


Agradecimientos

Las visitas a algunos conventos en México (Ciudad de México y Cuernavaca) y España (Toledo y Salamanca) me dieron la ocasión de conocer algunas comunidades religiosas actuales herederas de aquellas primeras fundadas en México; y también algunas comunidades de donde salieron las primeras mujeres para México. Para ellas va mi agradecimiento por su afectuosa acogida.

Quisiera también dar las gracias a quienes me animaron trabajar este tema.

Agradezco de manera especial, la orientación recibida de Don Juan Robles, delegado diocesano en Salamanca para las Misiones. Su entusiasmo y su tiempo dedicado me fueron de gran ayuda.

Ven, Espíritu Divino!
(Secuencia)

Ven, Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

 Bibliografía

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Las citas bíblicas son de la Biblia de Jerusalén Latinoamericana, (Desclée de Brouwer, Bilbao 2001)


[1] “Doña Catalina de Bustamante, primera maestra de la Nueva España, combina la difícil obra de la aculturización de las niñas indígenas con la defensa de su dignidad de mujeres y calidad de personas”. Conventos…o.c., p. 27.

[2] Conventos…o.c., p. 28

[3], Santa Isabel de Hungría, Rainero García de Nava, p. 181

[4] La Salamanca Oculta. Vida y arte en el Convento de Santa Isabel, José María Martínez Frías, p. 26

[5] «La muerte se fue apartando, renacieron en ella los grandes ideales de su vida, su vocación al Carmelo empezó a perfilarse nuevamente, mientras recobraba la completa salud ». Conventos..o.c., p. 378.

[6] Santa Beatriz de Silva, (1426 ?-1491) funda en Toledo, la Orden de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

[7] Conventos, o.c., p. 222

[8] Crónica, o.c., p. 76

[9] Ibid, p. 153

[10] Se conocen dos manuscritos, uno de ellos se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Austin, Texas, (USA), Latin American Collection. Número 1244 . Citada en: Cultura femenina novohispana, Josefina Muriel, p. 319-320

[11] Ibid, p. 327

[12] “Brillarán como estrellas…”, Enrique Gutiérrez ofm,  p. 88

[13] “Sor María de Jesús. El lirio de Puebla”. Enrique Gómez Haro, p. 41

[14] “Cultura…”, o.c., p. 329

[15] Félix de Jesús María, Vida, virtudes y dones sobrenaturales de la Venerable sierva de Dios la madre María de Jesús, Roma, 1756   lib. IV, cap. IV, p. 327, citado en « Cultura…o.c., p. 354.

[16] Las indias caciques…o.c., p. 273

[17] «Pero lo que condujo mucho a los maravillosos progresos, después de los socorros del cielo, fueron los grandes ejemplos de santidad, que a todas horas le eran presentes en aquella religiosa ». Ibid, p. 249

[18] Ibid, p. 263

[19] Compañía de María, fundada por Juana de Lestonnac. Esposa, madre, viuda, educadora, contemplativa y fundadora de una congregación apostólica femenina, de espiritualidad ignaciana. (1556-1640)

[20] La revolución…., o.c., p. 65

[21] Conventos…, o.c., p. 475