Antes de la guerra civil –me explican- había en las Ramblas de Barcelona y en los paseos de las ciudades importantes, el hombre-anuncio. Era un hombre que llevaba unos carteles en pecho y espalda que, como si fueran un enorme escapulario, servían para anunciar lo que los publicistas le ponían en aquellos plafones. He visto alguna que otra fotografía y se ve a este hombre-anuncio caminar por los paseos con dichos carteles que le llegaban hasta los pies. Supongo que serían bastante molestos, cargando su peso en los hombros con unos tirantes y golpeándole frecuentemente las espinillas; y, más de una vez, el hombre caería al tropezar, siendo la irrisión de la gente.
Aquel hombre-anuncio seguro que anunciaba cosas que no iban con él mismo. Cosas externas a él y, si de algún producto se trataba, seguro que jamás tendría dinero para comprárselo.
Hoy día los jóvenes se visten a la moda, que es ir mostrando la marca, ya sea del calzado o de los pantalones o de la chaqueta o de la camisa. En cierta manera, también nos hemos convertido en hombre-anuncio que, gratuitamente, anunciamos los comercios y las marcas de las prendas que llevamos. Algunos, muy seguro, se sentirán identificados con las marcas y gozosos de poderlas exhibir.
Pero creo que los que somos cristianos, sí deberíamos ser como aquel hombre-anuncio. No es que debamos llevar unos carteles en pecho y espalda. Los cristianos deberíamos ser anunciadores de la Pascua de Jesucristo. Ojalá supiéramos proclamar, con palabras y con nuestras vivencias, que Jesús vive resucitado en nuestra vida.
Seguro que no hará falta que llevemos ni carteles ni etiquetas porque el gozo pascual ha de surgir de nuestro interior.
¡Que no pare la Pascua! Para los cristianos siempre es fiesta, siempre es domingo, día del Señor, recuerdo del día que resucitó. Nuestra misión es ésta: anunciar y proclamar la Pascua de Jesús.
Que seamos hombre-anuncio de esta buena noticia: Cristo ha resucitado y vive en cada uno de nosotros y en medio de nosotros.
Por Josep Lluís Socias Bruuera
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