“El monólogo del que no se oye”. Así podríamos llamar en un primer momento a la queja. Cuando conseguimos escuchar ese monólogo, lo convertimos en diálogo. Nos escuchamos a nosotros mismos y podemos, incluso, llegar a la raíz de la queja.
La queja, en sí, no es negativa. Se podría comparar con el síntoma de una enfermedad: un dolor de cabeza o una fiebre, por ejemplo, nos dan indicios de que algo anda mal. La queja es ese ¡ay! que sobrepasa los decibelios de la normalidad para ser escuchada.
Cuando somos capaces de desandar el camino de la queja, casi siempre llegamos a una encrucijada. En ella nos enfrentamos a la no aceptación de las propias circunstancias o a la incapacidad de transformar las condiciones que nos rodean. La queja nos dice, nos grita: ¡no estoy conforme con lo que tengo, no soy feliz con lo que soy, por qué yo, hasta cuándo…!
Muchas veces la queja no es una expresión verbal o un pensamiento. Puede ser una enfermedad crónica, es decir, nos quejamos a través del cuerpo. Puede ser una actitud ante los demás por medio de la cual nos convertimos en víctimas de las relaciones. Puede ser un sentimiento de inferioridad o de superioridad que no nos abandona.
Escuchar la propia queja nos ayuda también a salir del quejismo. Si nos conociéramos mejor nos sorprenderíamos de las cualidades que tenemos, de lo mucho que podemos ofrecer y recibir, de la capacidad de cambiar de actitud ante lo que nos pasa. Para ello hace falta escucharse, contemplarse desde fuera, escuchar también al otro, abrirse para acoger su queja.
Cuando nos aceptamos tal cual somos, al igual que nuestra realidad más inmediata, los motivos de queja disminuyen por sí mismos. Si soy el que soy, si me habré de morir y las personas que amo también, ¿por qué no gozar unos de los otros el tiempo que permanezcamos juntos?
La queja es parte de la condición humana, esta es una realidad. En cierta forma nos ayuda a no caer en un conformismo. Pero, antes de quejarnos a los demás o quejarnos de los demás, es importante escucharnos en nuestra propia queja y dejar que nos cuente cómo estamos. Seguro que aprenderemos mucho de nosotros mismos y de saber escuchar con humildad.
Por Javier Bustamante
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