Pedimos para nuestros difuntos el reposo eterno. Esta expresión reposo eterno tomada al pie de la letra, nos cuesta entender. Reposamos cuando estamos cansados, pero un reposo demasiado largo se nos hace tedioso e insufrible. El verdadero reposo que conocemos debe empezar y terminar. Después de reposar nos reincorporamos a nuestras tareas hasta que la fatiga nos invita a un nuevo reposo. ¿Qué debe significar, pues, reposar eternamente?
En primer lugar, reposo no significa lo mismo que descanso. El reposo es algo mucho más hondo. Posarse es depositarse. Es lo que hace un paracaidista cuando aterriza o un pájaro cuando se apoya suavemente, en la rama de un árbol para emprender de nuevo el vuelo. Re-posar es volver a posarse, es recentrarse, es pararse después de la actividad, sí, pero a la vez es encontrarse con lo más profundo de uno mismo. Reposar es encontrarse con Dios, que es nuestro auténtico reposo. Encontrarnos con Él, es saborear el único, el auténtico presente. En Él, el tiempo está, como un paisaje, todo entero. En Él, el tiempo ya no pasa. Y ese encuentro nos hace tan felices que desearíamos que durase siempre. Sin embargo sabemos que ello no es posible, porque aún estamos en este mundo y somos seres limitados y todavía temporales. Sólo cuando muramos -lo sabemos por la fe- podremos encontrarnos con Dios cara a cara para siempre. Ese encuentro no podemos imaginarlo pero sabemos que nos hará muy felices, será esa felicidad que ahora ya presentimos, llevada a plenitud.
Por eso, pedir el reposo eterno para nuestros hermanos difuntos es desearles lo más hermoso, lo más grande, lo más auténtico que les podemos desear: su encuentro definitivo con Dios.
Por Jaume Aymar (Barcelona)
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