Poéticamente, podemos equiparar una jornada diaria con el transcurso de nuestra vida. El amanecer nos ofrece el comienzo, el redescubrimiento de nuestra existencia y de la realidad que nos rodea. Al avanzar el día, también nosotros vamos andando por la ruta de la vida. Y, al llegar el atardecer, nuestro cuerpo va agotando sus fuerzas y vamos asimilando las enseñanzas del día, hasta adentrarnos en el ocaso.