No está de moda, lo sé. Se lleva más el pesimismo y, si se puede, el catastrofismo. ¿Y qué?
A muchos les sonará a ingenuidad y a palabrería vana. Y, tal como van las cosas, a algunos incluso les podrá parecer reaccionario, vé a saber… Pero yo estoy convencida de que se trata de esas cuestiones que ayudan a sacar adelante la vida con dignidad humana. Y digo «humana» porque lo propio del ser humano es vertebrar la esperanza y dotarla de contenido sólido, así como mantenerse firme ante las dificultades, que la fortaleza no es otra cosa. Y hablo de dignidad porque esta proviene de la fidelidad a aquello que nuestro ser humano puede ser en la mejor de sus concreciones, aunque nunca excento de limitaciones.
Es una manipulación grosera la que nos hace asociar ciertos conceptos a un tipo de debilidad de carácter, cuando la verdad es al contrario. La tenacidad en aquello que es necesario, en aquello que vale la pena, es expresión de lo que, en palabras de Adela Cortina, sería una «razón diligente», con corazón; por oposición a una «razón perezosa», que no encuentra motivación para obstinarse en aquello que conviene que sea. Y a menudo resulta titánico esforzarse por encontrar los soportes recónditos que puedan sustentar nuestras esperanzas, en lugar de lanzar la toalla y dejarse llevar por la decidia.
La esperanza tiene la estabilidad, tanto en la capacidad de mirar más allá como en el hecho de profundizar dentro de la realidad. Porque la proyección hacia el futuro no se da con solvencia, sino desde la concordia con el presente y, por tanto, con el pasado. La esperanza tiene fundamento si radica en la realidad y sus potencialidades. En cambio, son vanas las esperanzas faltas de fundamentos. No podemos esperar cualquier cosa, ciertamente. Y no hemos de fomentar esperanzas cuando no hay ninguna razón para hacerlo. Ahora bien, hace falta una sensibilidad extremamente sutil para concluir si hay motivos para la esperanza o no. Porque, a menudo lo que nos falla es la vista y no sabemos ver donde hay.
Por eso la esperanza se conjuga con la obstinación. Porque es necesario un esfuerzo –lúcido y cordial, eso sí– para descubrir lo que es recóndito de la realidad, cosa que necesita mucho más que una primera mirada o lectura superficiales. Lo que es fácil es desalentarse ante las dificultades en la consecución de las cosas. Y es lógico el cansancio, claro que sí. Pero, por eso hay que respirar a fondo y recuperar una mirada prístina que, desposeyéndose de las dificultades experimentadas –habiendo aprendido de estas–, nos retorne al motivo original, al horizonte acariciado, a las expectativas anheladas… Todo esto porque preludia un futuro que, a pesar de la dureza del camino, nos parece deseable. Y aún mejor: porque trabajar para eso dota de belleza y sentido a nuestro presente que, en último término, es lo único de que realmente disponemos.
Leía en algún lugar que somos responsables de lo que hacemos con nuestros pensamientos, de rechazar los que son inútiles y desgastadores y de cultivar los «saludables, bellos y poderosos». Seguramente aquí radica una parte de la diferencia que hay entre que nuestras esperanzas se rompan o que encontremos motivos para obstinarnos en ellas.
Por Natàlia Plá
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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