Hay cosas que no sabes muy bien porqué, pero motivan a la esperanza.
Una tarde de hace varios días, un coro celebraba su sesentavo aniversario. Mucho antes de que comience, la sala ya está llena; no obstante, los que van llegando se resisten a hacer caso de la conserje que, cumpliendo con la normativa de seguridad, va repitiendo que no cabe nadie más. Pero cuesta resistir ante las caras de desencanto de los que suplican con la mirada que les permitan entrar, que los dejen participar de la fiesta… Finalmente, un buen puñado aún consigue acceder al auditorio dispuesto a escuchar el concierto de pie.
Puntualmente, el coro sale al escenario. Mayoritariamente son jóvenes, de hecho, se trata de un coro universitario, así que aunque hay algunos adultos espigados, el resto rondan la veintena. En las butacas se percibe la complicidad, la simpatía hacia los cantantes. Poco a poco se hace evidente el porqué: media sala son ex-integrantes, algunos llevan la banda identificativa del coro, se saben parte de la historia.
Al salir el director, el aplauso expresa no sólo un saludo, sino un sincero reconocimiento y agradecimiento. Hace veinte años que está al frente de la formación coral, labor heredada de su padre, quien fue el fundador. Sin entretenerse en la autocomplacencia, se coloca en su lugar y automáticamente los cantantes se afianzan en sus posiciones dispuestos a comenzar a desgranar el repertorio englobado bajo el título: “Música para tres generaciones”.
Una serie de canciones bajo el epígrafe “Hermano americano” da inicio al concierto, ofreciendo un abanico colorido de la música compuesta al otro lado del océano. A continuación comienza a escucharse “Al vent”, del compositor valenciano Raimon, con arreglos de Ros Marbà. Una breve pero incuestionable muestra de la Nova Cançó deja paso a las palabras de los poetas que se han convertido en palabras de todos a través de las versiones musicadas en las últimas décadas.
Y uno no sabe exactamente cómo, pero las sensaciones se van traduciendo en reflexiones. Y cuando escucha: “De un tiempo, que ya es un poco nuestro; de un país, que ya vamos haciendo”, piensa que exactamente es eso lo que pasa, que estos son espacios donde se construyen las personalidades, las identidades, las maneras de hacer, la habilidad de crear cosas juntos. Que la armonía de las voces va un paso más allá del mero encaje técnico y se convierte en metáfora de la capacidad humana para el entendimiento, de la creatividad al servicio del bien. Y, como un estribillo más, la voz interior va cantando: y si el hombre es capaz de esto, ¿por qué hay tantos que se matan, que se pierden en guerras y enfrentamientos? Casi avergonzado, uno se siente ingenuo pensando esto; pero, canción que pasa, canción que confirma el mismo estribillo: ¿por qué, siendo capaces de tanto bien y belleza, hacemos el mal? ¿Por qué, siendo capaces de crear sintonía, nos obstinamos en sembrar división?
Y, como una metáfora más, la primera parte del concierto acaba con el “Te quiero” de Benedetti; y, al oír “En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”, vuelve a escaparse la reflexión: la comunión es sinérgica, multiplica las capacidades, las fuerzas, la alegría, la creatividad… Es la invitación esperada: los ex-integrantes dejan el patio de butacas para subir al escenario, que va quedándose pequeño para meter a unas doscientas cincuenta personas, ¡algunas de la primera promoción del coro! Algunos bajos, que ahora deben ser padres de familia, acaban sobre una mesa, y se entrevé en ellos los chiquillos que un día, además de cantar, enredaban juguetones los ensayos. A un movimiento del director se hace el silencio: no hacen falta gritos ni aspavientos cuando se quiere ir a la una. Hay belleza en este tipo de disciplina de los músicos, porque no obedece al miedo sino al deseo de concordia. Y las voces arrancan con el “Aleluya, Amén”, del Judas Macabeo de Haendel. Y la cabeza sigue haciendo de las suyas y piensa que es del todo pertinente entonar una alabanza: una alabanza que reconozca tanto bien como hay en nuestro mundo, a pesar del mal que también existe y a veces nos dificulta verlo.
Nos dicen de tantas maneras que es imposible que nos entendamos siendo diversos, que a veces estamos tentados a creerlo. Inesperadamente, un concierto como este se vuelve la oportunidad para volver a las convicciones y las esperanzas profundas, para estirar fuerte de aquí y de allá hasta deshacernos de las estacas de los prejuicios que nos tienen atados.
Por cierto, ¿les había comentado que era el coro de la Universidad de Salamanca?
Por Natàlia Plá Vidal
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Gracies per el article que surt en aquest número » Concierto» m´alegrat molt lleguir.lo. Es certament una bona Noticia.