Cristo está en el prójimo, Cristo está en el sacramento de la Eucaristía, está en el sagrario de las iglesias, en la comunidad cristiana; “donde haya dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio vuestro” (Mt 18,20). Pero, en cambio, Él nos dice y lo distingue muy claro: “cuando queráis estar con vuestro Padre, id a vuestra habitación y cerrada la puerta…”. Tiene mucha importancia la expresión “cerrada la puerta” (Mt 6,6), la puerta que, indudablemente, es el mismo Cristo, para que no nos puedan molestar: estamos en audiencia con Dios Padre.  Y continúa: “… en el fondo de la habitación mi Padre os oye, mi Padre que ve en lo escondido os atenderá”. El “sagrario” de Dios Padre, por tanto, no es el mismo que el del Hijo. Y nosotros, precisamente, somos el sagrario, el templo, de este dulce huésped del alma que es el Espíritu Santo.

Tenemos que recuperar la alegría del misterio de la Trinidad y no quedarnos simplemente como si fuera una sola persona. Es un solo Dios, tres Personas distintas, no tres dioses. Un único Dios, pero son Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Virgen María lo entendía esto muy bien, como nadie. El sagrario de Dios Padre es, a solas, cada uno en su habitación. ¿Cuándo recuperaremos la soledad y el silencio? ¿Cuándo sabremos estar en nuestra casa? Deberíamos aprender a decir a los familiares: voy a estar un rato en mi habitación, solo, dejadme estar solo con Dios, no puedo estar con mejor compañía. Estoy con Dios, dejadme un rato solo. Y que los padres dejen a los hijos también que recen algunos ratos solos, y los hijos a los padres, y los esposos a las esposas y viceversa. María en la soledad del Sábado Santo, ella sola es la cumbre de la humanidad, porque Cristo está muerto y enterrado. María dirigiéndose a Dios Padre.

Nosotros, a veces, somos un poco niños chicos y le tenemos algo de miedo a Dios. Decimos: “Mira Padre, ponemos a Cristo delante, Él que hable contigo, porque Él es Dios como Tú, Él es tu Hijo primogénito”. Parece que nos escondemos detrás de Cristo porque tenemos miedo al Padre. Pero Cristo nos quiere adultos. Cristo nos saca de detrás de su espalda que nos protege, y nos pone a su lado y nos dice: gracias a Mí, es también Padre tuyo; ya no sólo es Padre mío sino de cada persona humana, y cada persona humana tiene que dirigirse al Padre. Cristo se queda tristísimo si no le utilizamos como camino. También si le utilizamos como final de camino, ya que tampoco quiere que nos quedemos en Él. Cristo no predicaba de sí mismo, Cristo no vino a anunciarse a sí mismo, vino a predicar a Dios Padre, vino a traernos la Revelación sobre el Padre. Él quiere que le sigamos, porque tiene que ser a través de Cristo –único mediador, pontífice- como llegaremos al Padre. Pero, hemos de llegar al Padre, no podemos quedarnos a medio camino de la vida cristiana.

Por Juan Miguel González-Feria
Voz:  Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales.
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza 

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Audio: ¿Dónde encontrar a Dios Padre?