Amigo nuestro, haz que nosotros sepamos ir calando, ir viviendo, profundizando esa relación que Tú quieres tener con nosotros. Tú has venido después de la muerte de Cristo. Cuando las personas aceptamos la muerte, cuando aceptamos nuestra finitud, cuando aceptamos nuestra limitación, es entonces que te descubrimos a Ti, Espíritu Santo, el Amor.
Cuando nos unimos a la muerte de Cristo y a su resurrección, entonces por el bautismo, vienes sobre nosotros. Y entonces nosotros somos Tu sagrario, somos Tu templo: nosotros, hechos de barro, de hueso, de psicología, somos Tu albergue en este mundo. La Virgen María sabía dónde encontrar a Dios Padre, sabía dónde encontrar a Dios Hijo, y también a Ti, Espíritu Santo: en su propio interior.
Espíritu Santo, ayúdanos ahora a decirte “hola”, estás dentro de nosotros, ¿te encuentras cómodo?, ¿sabemos seguir tus verdaderos impulsos que nos mueven de mil y una maneras? Tú vienes después que Cristo nos ha redimido.
Tú no produces dolor que, sin embargo, sí lo tenemos al seguir a Jesucristo. A la misma Virgen María, su relación con Cristo le produjo dolores enormes porque estuvo asociada a la redención. Dolores producidos por nuestra maldad, por nuestros pecados.
Tú en cambio, Espíritu Santo, a la Virgen María no le produjiste ningún dolor. Tu relación con ella y la de ella contigo, fue de paz, de felicidad. Tus dones, que vas derramando en toda alma que se abre hacia Ti, son de consuelo, de fortaleza, de sabiduría, de serenidad, de alegría santísima de Cristo.
¡Qué nosotros sepamos ser amigos del Espíritu Santo y sepamos oírle en nuestro interior! ¿O es que no creemos que por el bautismo lo tenemos dentro? Somos templo del Espíritu Santo y lo llevamos donde quiera que vamos, sabiendo que Él está en nosotros.
Abriéndonos al impulso del Espíritu Santo, pecaremos menos; ¿quién, albergando al Espíritu de Dios, se atreve a hablar mal, a decir una blasfemia, a ser egoísta o a ofender o cometer cualquier otra mala acción?
Un efecto importante que produjo el Espíritu Santo en María fue la oración: María fue una mujer orante. No hay ningún apostolado, no hay vida cristiana si no hay oración y es, precisamente, el Espíritu Santo el que nos hace decir: “Abba, Padre”. El Espíritu es el que nos hace reconocer a Dios como Padre y que nuestra oración llegue al Padre por Jesucristo que es el Camino. Pero también el Espíritu Santo obró sobre María otra prerrogativa suya que es la maternidad.
Texto: Juan Miguel González Feria
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Audio:Amigos personales del Espíritu
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