La madre de los Zebedeos pidió a Jesús que cuando Él fundara su reino, sentará a su derecha y a su izquierda, a sus hijos -los Apóstoles Santiago y Juan Cristo le respondió «el que quiera ser primero que se haga último».
Jesucristo proclama en este pasaje, una virtud que es esencial a todo cristiano para ser de verdad ciudadano de este Reino de Dios que trajo a la tierra, como antesala del Reino en plenitud en los Cielos. Virtud que podríamos llamar de la Ultimidad. ¡Hacernos últimos! Cosa que para nosotros Xno tendría que ser del todo difícil, pues si somos verdaderamente humildes, veremos Xtan claramente XXnuestros propias limitaciones —y pecados—, que correremos al último lugar, felices de poder estar en ese Reino de Dios, aunque fuere al menos en su umbral.
Nos da ejemplo la Virgen María. Ella, la sin pecado, la Inmaculada, que en su alegría por haber sido elegida por Dios para Madre del Verbo Encarnado, reconoce con más claridad que nadie, la humildad de todo ser creado y exclama: ¡Mi alma magnifica al Señor que hizo maravillas en la humildad de su esclava!
Si todos nos hiciéramos últimos, no habría ni primeros ni segundos. Todos seríamos iguales, solidarios, pacificadores y llenos de alegría en el Señor. El Santo Padre nos recuerda* que incluso Jesús, el hijo de Dios encarnado, también se hizo “uno con los últimos».
Por Alfredo Rubio de Castarlenas
(Barcelona)
* Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma de 1991.
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