Hemos escuchado: “por sus frutos los conocerán”. Pues el fruto principal de Dios, el que nosotros seres humanos podemos percibir, es la realidad. Conociendo la realidad podemos acercarnos a conocer a Dios dentro de nuestros límites. Conociéndome a mí mismo como fruto de Dios, también lo conozco a Él. Conociendo a Jesús conozco al Padre.

La realidad, tal y como la conocemos en este instante presente, no es un fruto espontáneo. Tiene una historia detrás. Historia cósmica, bioquímica, física, geológica, botánica, zoológica, antropológica, etnológica, cultural, social, política, económica, familiar, personal. Al igual que pasa con los frutos, los cuales cuelgan de una rama, la cual brota de un tronco que se enraiza en la tierra y que, a su vez, todo tuvo su génesis en una semilla que encontró un lugar propicio para comenzar su desarrollo.

Echando un ojo a la realidad en que vivimos, podemos preguntarnos: ¿por qué si nos han enseñado que Dios es bueno, hay acciones que moral y culturalmente nos parecen inadecuadas o dañinas? ¿Acaso Dios no lo hizo todo bien? Yo diría que más que hacerlo todo bien, Dios aportó a la realidad su gen más valioso: la libertad. Dios, ante todo es un ser libre. Por tanto, los frutos de ese ser al que llamamos Dios van preñados de libertad.

Por otro lado, cada creatura, por la naturaleza de su especie y por sus características individuales e historia propia, está condicionada y muchas veces actúa, no desde la libertad, sino desde las circunstancias. Con frecuencia, su actuar es más fruto de una reacción que no de su libre albedrío.

Lo que más nos humaniza es, pues, ser libres. Cada vez que relizamos un acto libre, este es también un fruto de Dios. La práctica de la libertad requiere irnos conociendo mejor, ser conscientes de nuestras capacidades. La libertad no es ilimitada, al menos no la libertad humana. Mi libertad se corresponde con mis capacidades e incapacidades. Por tanto, mientras más las conozca, mejor podré ejercer mi libertad en favor mío y de los que me rodean.

Aquí llegamos al punto de comprender que la libertad también es social. Hay que superar aquella frase de que mi libertad termina donde comienza la de los demás. En realidad no se trata de “mí libertad”, sino de “nuestra libertad”. Nos somos islas, por tanto, lo que haga cada quien afecta al conjunto. Si yo crezco en libertad, lo que me rodea también. Si pienso en mí libertad, reduzco aún más lo que siento como libertad; si pienso en nuestra libertad, ensancho mi capacidad uniéndola a la libertad de los demás.

Dios fructifica en cada una de sus creaturas. ¡Soy fruto de Dios! Si le permito ser libre dentro mío, mi libertad se une a la de Él.

Audio:La libertad, fruto de Dios

Texto: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arregrlos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza