Antes, cuando salíamos de viaje con un destino nuevo, era imprescindible tener un buen mapa. Si, además, llevábamos un copiloto que fuera constratando lo que había sobre el papel con las señales que íbamos encontrando, ya era todo un lujo.
Hoy en día, las cosas han cambiado. Casi todos llevamos GPS, estos aparatos que van dándonos las indicaciones pertinentes sobre la marcha. Cuando no disponemos de ellos, también tenemos la alternativa de consultar por Internet alguno de los mapas que están colgados, introducir el lugar de origen y el de destino, y seguir las indicaciones que va marcando.
Me maravilla ver cómo, leyendo sobre la pantalla o el papel, todo es absolutamante clarísimo: a tantos metros a la izquierda, en la rotonda la segunda salida, tantos kilómetros y salida dirección tal lugar… Tentados por la aparente claridad, podemos lanzarnos a la carretera sin el plano correspondiente, confiando sólo en las instrucciones escritas o que nos indica el dispositivo. Y a veces nos sale bien, pero a veces, comienzan a pasar cosas que nos generan dudas. Porque resulta que en la lógica de estas explicaciones, perdemos los datos contextuales, no tenemos ninguna otra referencia que las que, en cambio, sí encontraremos en el camino. Y entonces comienzan los nervios y los dolores de estómago.
Eso me hacía pensar que en la vida pasan cosas similares. Marcamos nuestra ruta con los datos que tenemos, los que prevemos, los que controlamos, los que deseamos… Con esto nos hacemos un diseño de cómo han de ir las cosas y nos lanzamos a los caminos de la vida con toda tranquilidad.
No hará falta que pase mucho tiempo para que nos demos cuenta de que hay que revisar y rehacer la ruta a partir de lo que la vida nos vaya trayendo inesperadamente, por sorpresa. Hechos y personas que aparecerán o desaparecerán, que cambiarán de papel, que insospechadamente serán capitales para nosotros o, por el contrario, que las expectativas que teníamos se esfumarán.
Dice el filósofo Daniel Innerarity, que en la vida humana hay acciones y hay acontecimientos. En las primeras tomamos nosotros la iniciativa y por eso lo sentimos como expresión de libetad. En los acontecimientos, en cambio, lo que se nos pide es una respuesta, porque son como invitaciones inesperadas que hay que atender. Y él afirma que la nobleza de un carácter tiene que ver más con cómo respondemos a los acontecimientos que la vida nos trae, que no con las acciones que hemos diseñado y controlamos
Así que, está bien planificar lo posible, pero también cultivar las habilidades interiores que nos hacen estar atentos al contexto y responder adecuadamente a lo que vaya pasando sorpresivamente. Alguna cosa debe tener que ver con eso que llamamos providencia…
Texto: Natàlia Plá
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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