La Navidad se acerca. En la cultura cristiana es tiempo de preparación para vivir el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Tiempo de reflexionar sobre el misterio que plantea la Iglesia en dicha cultura, de que Dios quiso hacerse hombre. Tiempo de experimentar esa presencia viva de Dios entre nosotros a través de Jesús. Tiempo de paladear todo aquello que nos habla de la encarnación, a través de una mujer, María de Nazaret.
La mujer al estar encinta siente que en su vientre se gesta alguien que es carne de su carne. De un modo u otro al aceptar una nueva vida, la mujer encarna a otro ser humano y se hace su primera casa.
El libro infantil Mi mamá tiene una casa en la barriga (Cabban y Andreae, 2001) nos muestra la evidencia de la naturaleza, que especialmente los niños son capaces de ver. La primera casa de todo ser humano es otro ser humano, una mujer, quien, siendo primera casa, desarrolla unas experiencias -dada su condición biológica- que iluminan el ejercicio y las actitudes propias del arte de la caseidad. Nos indica con toda frescura un aspecto de gran relevancia en el hecho de ser mujer, que es el don de ser habitables. También Josep M. Esquirol (2005) se refiere a ello citando a Lèvinas que considera que el primer calor que uno siente es el que desprenden los otros que me reciben, y que la primera morada del mundo es una morada humana. Esta capacidad de ser casa para otros es la que Alfredo Rubio (1989) define como un “plus” del ser mujer. “El plus femenino se basa en que la mujer es casa, es la primera casa de todo ser viviente”.
Esquirol plantea también que la casa se relaciona con lo cóncavo, con el don, con lo gratuito, con el regalo. “La casa es la concavidad del cobijo, del mismo modo que el cuenco hecho con las manos lo es del don” (2015:43), esas mismas manos son cuenco que recogen y contienen. Desde esta perspectiva la caseidad, parafraseando a Esquirol, se relaciona con la entrega a los demás, “darse es servir a los demás de alimento, de compañía de ternura o cobijo” (2015:45). “La mano tendida o la mano haciendo un poco de receptáculo o de abrazo: son gestos fundamentales de la filosofía del don” (2015:44). En este sentido la caseidad se relaciona con la acogida del otro, de ese otro que siendo ser humano es vulnerable, desde la gratuidad, desde el don.
Cuántas personas iluminadas por este tiempo de navidad encarnan y se acercan a ese saber hacer de María de Nazaret y de Jesús, el hijo del carpintero, queriendo ser cóncavo o receptáculo para el otro, queriendo dar cobijo a tantas realidades y experiencias vitales que requieren ser vividas en comunión, queriendo ser don para los demás. Éstas son las personas que encarnan la caseidad en su diario vivir, tan vitalmente que, incluso después de la muerte, se percibe su acogedora presencia.
Texto: Maria Bori Soucheiron
Fuente: Revista Re
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