A lo largo de más de 20 años de trabajo por la paz, me he dado cuenta de que la paz, en sí misma, no basta. No es suficiente para el ser humano. La paz es necesaria, sí, pero como paso intermedio. Pero la paz no es el fin, sino la fiesta.
Una sociedad que vive en paz, pero no festeja, fácilmente acabará por hacer la guerra ni que sea por aburrimiento. La guerra y la fiesta tienen características comunes, pero los efectos de una y de otra son contrarios. En la fiesta se dan, pero en positivo, las mismas características que hacen atractiva la guerra: hay creatividad, sorpresa, emoción, novedad, compañerismos profundos, un vivir siempre alerta, en tensión… saboreando minuto a minuto el milagro de vivir y el esfuerzo e inventiva necesarios para solucionar en cada momento lo imprevisto. Tanto en la guerra como en la fiesta se vive la fraternidad entre gente diversa: se anulan clases sociales, generacionales, pobres y ricos, todos unidos por un mismo fin.
El ser humano necesita momentos de fiesta dentro del ambiente de paz. Sin paz no puede haber fiesta, pero sin fiesta la paz se deteriora. La fiesta hace más duradera la paz, la consolida y es, también, su seguro. Por eso decimos que lo contrario de la guerra no es la paz. La paz es un paso necesario, sí, pero el ser humano ha de desembocar en fiesta.
La fiesta es la eclosión de lo humano. El ser humano, por su misma naturaleza, es una criatura que no sólo trabaja y piensa, sino que canta, baila, reza, cuenta historias y festeja. Es –en palabras de Harvey Cox– homo festivus. La actitud festiva, rompiendo las rutinas y abriendo al hombre al pasado, amplía su experiencia y lo abre a un futuro mejorable. El talante festivo capacita al hombre para experimentar su presente de un modo más rico, gozoso y fecundo. El hombre industrializado ha comenzado a perder en los últimos siglos su capacidad para la fiesta. Esta pérdida tiene efectos desastrosos para su «humanidad»: lo deforma, privándole de un elemento esencial de la existencia humana, y le quita un medio crucial de captar el importante puesto que ocupa en la comprensión del destino de la Creación. Esta pérdida tiene carácter personal, social y religioso. Si el hombre del siglo XXI no recupera sus facultades festivas, el resultado será desastroso: el núcleo de la visión cristiana del hombre y del mundo quedará destrozado, y sin esta visión, la humanización del hombre quedará gravemente comprometida.
Texto: Maria Aguilera
Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría (http://pliegotante.blogspot.com/2016/)
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