Al iniciar su pontificado, en marzo de 2013, el Papa Francisco exclamaba en su homilía: “No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”, nos hablaba de San José, un hombre que supo escuchar a Dios, que se dejó guiar por su voluntad y por eso fue más sensible a las personas que le habían sido confiadas.

Custodiar significa preocuparse uno por el otro, de cuidarse, vivir con sinceridad la amistad…tener cuidado de todo lo que nos rodea: naturaleza, personas,… custodiar forma parte de la esencia del ser humano.

Y para ello debemos ser custodios de nosotros mismos, tener cuidado de nuestros sentimientos porque es de ahí de donde sale lo bueno. Por eso para preocuparse, custodiar, “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”.

En el salmo 33, podemos escuchar y rezar las palabras “Gustad y ved que bueno es el Señor”. Son muchas las veces que lo hemos oído y recitado, seguramente también cantado y repetido en nuestro interior. ¿Cuántas veces lo hemos gustado, saboreado?

Detenernos a saborear la bondad del Señor, debería ser un deber que todo cristiano hiciera a menudo, contemplar la naturaleza, releer el capítulo I del Génesis “En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra”… “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”.

Dice Santa Teresa en Las Moradas hablando de Su Majestad “es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados, con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a El” Dios no se cansa nunca de esperar que nos acerquemos a Él, aún sabiendo que es lo mejor para nosotros espera y nos llama.

Son muchas las ocasiones en que hemos afirmado y hemos oído que Dios es amor, que es su esencia misma, que por amor envió a su Hijo.

Sabemos que Dios es misericordioso, es decir, que se compadece de las miserias de cada uno de nosotros, o sea que sufre con nosotros, hoy hablaríamos de empatía, de ponerse en el lugar del otro, pero Dios hace algo más, comparte nuestro dolor, nuestro padecer.

También sabemos que a Dios nada le es indiferente, pero Él va más allá, se implica, entra en nuestras miserias, en nuestro dolor, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus propias manos, Dios mismo curando las llagas del que sufre, abrazando el dolor, un Dios que calma el dolor con la ternura de una madre. Ese es nuestro Dios.

Ante la bondad, la misericordia, la ternura de Dios Padre no podemos quedarnos indiferentes, hemos de actuar, reconocer la grandeza de este don tiene unas consecuencias directas en nuestra manera de actuar, o debería tenerla, como hijos de Dios podemos ser sus manos, esas que curan las heridas de nuestro entorno.

Ante las actuales situaciones de dolor, no podemos permanecer en silencio, son muchas las personas que viven situaciones difíciles que necesitan una mano amiga que las acompañe durante el proceso de superar el proceso. Muchas veces una simple mirada puede hacer que una persona encuentre motivos para salir adelante, sintiendo que es alguien para alguien.

Son muchos los signos que podemos apreciar en el mundo que nos dejan ver la bondad y la ternura de Dios, porque son muchas las personas que caminan compadeciendo el dolor de otras, acompañando el padecer de muchas que no tendrían con quien hacerlo. Quizás es que nos es más difícil ponerle nombre a esas actitudes, o quizás no somos capaces de “gustad y ver que bueno es…” porque en cada una de ellas, lo sepan o no podemos saborear, ver y agradecer la verdadera bondad y ternura de Dios hoy y aquí.

Texto: Esther Borrego Linares
Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría


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