Para muchas personas una de las características más preocupantes del hombre y la mujer occidentales es la falta de esperanza.

Incluso no falta quien afirme que el siglo XX fue el cementerio de las esperanzas. Por ello, ser apóstoles de la esperanza se convierte en una tarea apremiante para todo cristiano. En realidad la esperanza es constitutiva del ser humano, es como parte del aliento de vida que lo mueve, pues cuando ésta falta parece que la persona simplemente se apaga.

Se trata de una actitud vital, de una forma de vivir, por ello, para ser apóstoles y apóstolas de la esperanza, más que dar razones de la misma, tenemos que invitar a otros mostrándosela, viviéndola, enseñándoles que no es una locura, ni una fantasía, sino que nace del dinamismo más profundo de la creación. Sin embargo vemos que son muchos los signos de falta de esperanza en nuestro mundo.

 

Señor haz de mí un instrumento de tu ESPERANZA, que donde haya autosuficiencia lleve la consciencia de que somos seres donados. 

A veces elevamos la autonomía a ideología, la absolutizamos y la convertimos en autosuficiencia, encerrándonos en nosotros mismos, aislándonos de los otros. Forjamos así un YO solo y solitario. Que ante esta autonomía exacerbada llevemos la profunda experiencia de saber que la vida es un don que nos ha sido dado, y que la dinámica propia del ser donado es darse a su vez. Porque además, es dándonos que nos encontramos, que nos construimos.

 

Que donde hay incapacidad para amar, lleve la capacidad de ser amable y amante.

La autosuficiencia borra el rastro del nosotros dejando tan sólo la huella del yo. Zygmunt Bauman ya nos habla de las relaciones líquidas, de bolsillo, estas relaciones que podríamos decir que son de usar y tirar. Que ante la liquidez de tantas relaciones sepamos construir relaciones sólidas, bien fundamentadas. Que sepamos comprometernos. Que reconociendo nuestra indigencia nos dejemos amar, y que por nuestra vez seamos capaces de multiplicar ese amor amando a los otros.

 

Que donde hay ruido lleve el silencio. 

Vivimos en una soledad que sin embargo está poblada de aullidos, de ruidos. Huimos del silencio. ¿Será que nos cuesta estar con nosotros mismos y escuchar nuestras propias preguntas existenciales? Que donde haya ruido llevemos la experiencia del silencio necesario para contemplarnos a nosotros mismos y a la creación toda, pues la esperanza nace de la contemplación.

 

Que donde haya una vida light y pasiva, lleve una vida vivida con entusiasmo y compromiso. 

Cuantas veces tan sólo rozamos las cosas casi sin tocarlas. Vivimos a flor de piel, pero sin profundidad, con una multitud de referentes, pero desnorteados.

Que ante la superficialidad y la incertidumbre llevemos la alegría de existir que nos mueve para mejorar el mundo.

 

Que donde hay prisa yo lleve la vivencia de eternidad. 

La prisa tantas veces paradójicamente nos hace vivir co los ojos cerrados. ¡La inmediatez no nos deja contemplar nuestro entorno! La esperanza no nace de esta agitación sino de la contemplación, de la experiencia de eternidad. Alfredo Rubio diría, cuanta eternidad hay en un beso. Cuanta eternidad cuando se produce un encuentro profundo entre personas que se aman.

 

Donde no haya metas ni referentes yo lleve la capacidad de soñar. 

En no pocas ocasiones seguimos acríticamente la corriente. Es aquello de “donde vas Vicente, donde va la gente”… Vamos andando sin certezas ni convicciones profundas, quizá muy informados, com pluralidad de referentes, pero com poca sabiduría, sin saber exactamente hacia dónde ir, como orientar la propia vida.

Que donde no hay metas ni referentes nosostros seamos capaces de motivar a los otros a soñar conjuntamente cosas reales y posibles, que infundamos en los otros la valentía de preguntarnos qué es lo que deseamos en lo más profundo de nuestro ser.

 

Que donde haya culto a la emoción yo lleve la libertad. 

Parece que tenemos que vivir constantemente con niveles de adrenalina elevados, sintiendo emociones fuertes, quizá sea para que nos recuerde que estamos vivos… que ante este alud de estímulos constantes que recibimos sepamos hacer descubrir a los demás el valor de una libertad que nos permite un sentimiento más fuerte que cualquier emoción, el amor verdadero y profundo.

 

Donde haya una búsqueda de bien-estar yo lleve la capacidad de bien-ser. 

Si apoyamos nuestra vida en las emociones fuertes, buscamos ansiosamente aquello que nos produce un bien-estar. Pero como las emociones fuertes son pasajeras, el bien-estar se revela como algo efímero, y nos olvidamos del bien-ser que es fruto de la contemplación. Que ante esta búsqueda frenética de bien-estar sepamos ser instrumentos de reconciliación de la persona consigo mismo, com su realidad.

 

Que donde haya rechazo de la fragilidad humana yo lleve aceptación alegre de la realidad.

A menudo nos olvidamos que somos un ser frágil, vulnerable, necesitado. Y la fragilidad muchas veces nos resulta incómoda, quisiéramos eliminarla. Pero como no podemos eliminarla la convertimos en tabú. La muerte, nuestro límite máximo es el gran tabú del momento presente. Que nuestra vida refleje la bondad de Dios, que sea una acción de gracias por la vida que se nos ha dado. Que manifestemos la bondad de la creación, asumiento hasta com alegría nuestros límites y así desenvolvamos llenos de esperanza lo que realmente somos. Porque Dios al crear al hombre y a la mujer vio que era “muy bueno”.

Señor haznos instrumento de tu esperanza, libres para soñar, aceptando plenamente la realidad, pues sólo así realmente podremos hacer algo real y posible para transformarla.

 

Texto: Gemma Manau

Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría

 


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