En la Plaza de la Constitución de Badalona (España), cada Domingo de Resurrección tiene lugar la procesión del encuentro entre María vestida de fiesta y Jesús Resucitado representado por un Niño. Un acto que se hace cada año pero que este 2023 ha sido más solemne porque la Congregación de los Dolores lleva 300 años celebrando la fe en la parroquia de Santa María. Por este motivo los congregantes llevan corbata de color: ¡es fiesta! La eucaristía ha iniciado con esta oración colecta: “Oh Dios, hoy tu Unigénito, venciendo la muerte nos ha abierto las puertas de la eternidad. Haz que quienes celebremos la resurrección del Señor, renovados por tu Espíritu, resucitemos con Cristo en la luz de la vida.” Ya sabéis que la oración colecta es la principal de la misa. En ella recogemos todas nuestras intenciones. Pues bien, cada palabra de esa oración está muy pensada:

Hoy. La resurrección es hoy. Jesús dijo que si no nos hacíamos como niños no entraríamos en el Reino de Dios. Pues bien fíjense que para los niños -como para algunos pueblos primitivos- sólo hay dos tiempos verbales, «ahora» y «no ahora». Igualmente ocurre con las personas mayores. No pueden realizar programas a largo plazo. No podemos hacerles promesas de futuro porque no saben qué futuro tendrán…. Así la resurrección es un hoy, porque la eternidad es un hoy. Con sabia intuición teológica, la imagen del Resucitado de nuestra parroquia de Santa María, es un niño vestido de blanco. Hay un corto que corre por las redes sociales. Un hombre muere haciendo surfing en el mar. Su cuerpo sin vida es arrojado a la playa. Cuando se despierta y se levanta (la resurrección) se encuentra que la playa está llena de niños, se va caminando hasta la ciudad y ve que es la de siempre, pero poblada de niños. Él mismo, al pasar cerca de un escaparate ve que es un niño. ¡Qué intuición tan bella de la infancia espiritual de la que hablaba Santa Teresita de Lisieux!

Venciendo la muerte. Podríamos decir, «¡pero si a pesar de los esfuerzos de la ciencia la muerte no está vencida!» Si seguimos muriendo. Si muere el amigo y muere antes que nosotros. Si mueren los padres, los hermanos… ¡Si mueren personas a las que no les tocaría morir! ¿Somos unos ilusos quienes creemos en la resurrección de la carne? No. Fíjense. Hemos empezado esta fiesta con la Procesión del Encuentro entre María y Jesús, aquí mismo en la plaza de la Constitución, en el casco histórico de Dalt la Vila. El encuentro gozoso entre Madre e Hijo. Madre e Hijo que se habían encontrado de forma trágica en el Camino de la Agonía, ahora se reencuentran gozosa y serenamente. Es una sabia intuición popular. La Madre y el Hijo se reencuentran, de la misma manera todos tenemos la esperanza de reencontrarnos un día con nuestros familiares queridos que nos han precedido. Recuerdo sobre todo que para Montserrat Rovira, una buena feligresa, ésta era una gran preocupación: “¿me reencontraré con las personas que he amado? ¿Volveré a verlas?” Poco tiempo antes de morir perdió a una buena amiga. Los hijos de Montserrat le escondieron este hecho. No quisieron decirle. Pero el mismo día del entierro, por la mañana, el hijo que vivía con ella en casa oyó un ruido: Mamá se había levantado, se había arreglado… ”Madre ¿qué haces aquí?”. “Hijo, ¿no debemos ir al entierro…?” El hijo quedó helado: estaba absolutamente convencido de que a su madre no le había dicho nadie, pero lo sabía. ¡Y cuántas personas en la agonía mencionan a la madre! ¡Y cuántos condenados a muerte, en el transcurso de la historia han mencionado a la madre! ¿Acaso están volviendo a la infancia y la ven? Por tanto, la muerte está vencida, porque desde nuestro bautismo, al incorporarnos a Cristo hemos recibido el don de la vida perdurable, como insiste uno de mis mejores amigos: no es otra vida, es la misma vida que sigue renovada. Por eso cantamos: “continuaré caminando con quienes viven en la presencia del Señor…”

Resucitamos en Cristo a la luz de la vida. Hay un comentario muy interesante de los benedictinos de la Abadía de Saint-André-la Bas sobre la resurrección. La fe de los Apóstoles en la resurrección es progresiva y mezclada con las dudas y con incredulidad, como la fe de nosotros mismos que, en muchas ocasiones, dudamos. Como muchos amigos y familiares nuestros que creían y han dejado de creer en la resurrección. Escriben los monjes: Pedro, aunque veía la tumba vacía, no creyó en ella hasta que él mismo no reencontró al Señor (Lc 24, 12-34; 1Cor 15,5). Para comprender inmediatamente el signo era necesario el amor intuitivo del discípulo que Jesús amaba. Sin embargo, el primer testigo que entró en el sepulcro para hacer las constataciones oficiales, no fue María de Magdala ni tampoco Juan, sino que es Pedro, el jefe del colegio apostólico. Es decir, el obispo de Roma, es decir, el Papa. Por eso el pueblo sencillo sigue tanto la vida y las enseñanzas del Papa, porque intuye que él, vestido de blanco, debe seguir siendo el primer testimonio de la resurrección. Ahora bien, la clarividencia tan particular de Juan es muy instructiva, no es suficiente con ver para que creamos. Repito, Pedro no creyó hasta que se encontró con Jesús. El discípulo amado vio y creyó. María Magdalena vio y creyó. Nosotros no creeremos de verdad hasta que no nos encontremos con Jesús en la eternidad, pero sí que podemos empezar a creer desde ahora cuando encontramos a Jesús en el pobre, el enfermo o el marginado o cuando sentimos que nos comunicamos con nuestros muertos. Otra buena feligresa me decía que su madre murió hace muchos años y que fue una mujer poco maternal. Pero el otro día soñó con ella, y soñó que le daba dos besos. Y se quedó llena de gozo y de consuelo. ¡Cuántos de nosotros también hemos soñado con nuestros muertos! Los sueños no son nada despreciables… Estos sueños no ahorran el acto de fe, pero sí que son como catas, anticipaciones sorprendentes del gran reencuentro. Ahora creemos, cuando lleguemos a la plenitud, veremos.

Pero todo esto no podremos vivirlo y entenderlo si no se renueva el Espíritu, el Espíritu que ya desde ahora debemos pedir con ahínco y que bajará nuevamente sobre nosotros este Pentecostés. Hemos tenido cuarenta días para convertirnos en nuestra vida de pecado. Ahora tenemos otros cincuenta días para convertirnos a la alegría de creer.

Texto: Jaume Aymar

Fuente: jaumeaymar.blogspot.com