Cuando los días no amanecían y la nada se aferraba a mi ser, apagando mi vitalidad. Sobrevivía entre el miedo.

Resplandeció entonces una luz tenue en medio del caos. La reacción fue asegurarme de que ese punto fuera real. Podía ser una estrella lejana, un hueco en el recinto confinado que me limitaba, una luciérnaga, tantas imágenes e ideas se enredaron en mi mente que, agotada por las elucubraciones, dormí mucho tiempo, muchos años.

Cuando desperté, acepté mi realidad. Casi sin visión y con dolor en todo mi ser, reapareció el pequeño destello de luz.

Mi cuerpo enfermizo comenzó a arrastrarse instintivamente hacia la diminuta luz, hacia esa presencia esperanzadora. Con gran dificultad logré acercarme; escuché voces a lo lejos y observé a un grupo de personas danzando. Su canto era contagioso y alegre. Me aproximé con más necesidad que curiosidad a estas mujeres, quienes facilitaron mi acceso al origen de su vitalidad.

Lux aeterna leí en algún lugar.

El resplandor luminoso y ondulante, fue más persuasivo que el eludir su riesgo.

Una vez en su centro, resplandeció la redención, me lancé hacia ella con confianza y plenitud. Escuché la frase “eres libre”. En sintonía con la creación, me sentí hija amada. Desde ese momento confirmé que había sido salvada.

Victoria Guzmán
Texto recreado a partir del Libro: La mujer que tocó a Jesús de Elisa Estéves López

 

Conmovida

Movilidad que inspira
a la contemplación del otro:
que soy yo misma,
desde el amor infinito.

Entre el fuego luminoso de
esta noche que alegra y orienta
la actividad del nuevo amanecer.

Con esperanza en la unidad
en medio de nuestra gran diversidad.

Victoria Guzmán