Una hoja en blanco, si es una buena forma de empezar… porque eso nos ayuda a saber que todo es posible, todo puede suceder y todo nos puede sorprender, … y eso es lo que olvidamos muy muy pronto.
Así que hoy me pongo ante una hoja en blanco, para recordar qué podemos hacer un reinicio y volver a sentirnos libres y con capacidad de maravillarnos, de crecer, de sentir, … de vivir … de creer, de confiar… de vivir
Conocido es que la infancia y lo que en ella vivimos, conscientes o no, es una etapa clave para lo que seremos en nuestro futuro, en ella se dan los procesos de aprendizaje más elementales y a la vez la capacidad de vincularnos afectivamente, la seguridad entre otros elementos fundamentales, lo que hace que esta fase sea clave y condicionante para nuestro potencial adulto.
A su vez, sabemos y la propia experiencia nos lo muestra, nuestras vivencias no son siempre generadores de esa capacidad de sorpresa, de alegría, sino que en nuestro día a día acontecen demasiadas experiencias dolorosas ya sean propias, cercanas o alejadas que van manchando o disminuyendo nuestra hoja en blanco.
Actualmente, el hecho de querer vivir informado de lo que acontece en nuestro mundo, sí, el poner las noticias se ha convertido en un elemento que dificulta nuestra posibilidad de vivir confiando, de desear saber más, conocer, profundizar, … incluso de establecer relaciones personales, ya que sólo se habla de dolor, de sufrimiento, … como si, de repente, todo lo bello, lo hermoso, lo inocente, … hubiera desaparecido, hemos decidido dar un altavoz al mal y esconder el bien, al menos eso parece.
Y, con ello, hemos olvidado que el dolor puede ser generador de mucho bien, también del sufrimiento puede surgir una nueva historia que no hubiera sido posible de no ser por ese acontecimiento doloroso y ese giro hace que, de nuevo, la hoja en blanco pueda narrarnos una nueva historia.
Así sucede, por ejemplo, con la vida de Ignacio de Loyola, un joven que perdió a su madre a muy temprana edad, su padre incapaz de sostener el dolor de la perdida, no da el cariño que todo hijo espera y necesita para crecer en un entorno posibilitador y sanador, así que nuestro amigo Ignacio crece con la necesidad de construirse y para ello toma el camino de una vida desordenada y con ciertas ambiciones de grandeza, desea ser un gran caballero y ganar grandes contiendas militares y parecía que podía conseguirlo, pero, de repente una herida cambia su destino, en una batalla sale herido en una pierna. Ese es el final de su carrera militar, pero inicia un nuevo camino en el que su búsqueda personal da lugar a una espiritualidad basada en el autoconocimiento, en el discernimiento y en saber elegir siempre aquello le lleve a servir y amar en toda ocasión. En resumen, Ignacio sabe convertir su herida en una cicatriz que da mucha vida aún hoy, siglos después.
De hecho, podemos decir que Ignacio fue muy resiliente porque supo aprovechar la adversidad y sacar el mayor provecho de ello, eso sin menospreciar el dolor, sufrimiento y esfuerzo que le supuso.
También es conocida la historia de Tim Guénard, en su libro “Más fuerte que el odio” narra como «Cómo escapar de un destino fatal y convertirse en un hombre feliz a pesar de la desgracia», en sus propias palabras, con una infancia llena de maltratos, abandonos, ignorancia, … a diario, su cara marcada por el maltrato y el abuso, … sin embargo, un día gracias a que alguien le mira, y le ve, puede reescribir su historia. Tim tiene múltiples cicatrices que le recuerdan que podía no haber sido quién es hoy, pero a su vez le recuerdan también que gracias a ello es como es y vive lo que vive.
Hay una canción, fruto de una colaboración entre dos jesuitas, Cristóbal Fones y José María Rodríguez Olaizola, que explica como si cuidamos, si velamos por no dejar de lado lo que vivimos, si cada día intentamos reescribir en una hoja en blanco, … desde unas opciones claras, en su caso por la espiritualidad de Ignacio de Loyola, … podremos convertir nuestras heridas en cicatrices que serán productivas, posibilitando la transformación personal y con ello reescribir la historia cotidiana en nuestra propia hoja en blanco.
Esther Borrego Linares
Trabajadora Social
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