Hace unos días me proporcionaron un piano para que un grupo joven pudiera ir ensayando con otros instrumentos musicales; y con sus voces, completar la posibilidad de hacer buenos ensayos con el objetivo de hacer una audición musical.

Más tarde, al quedarme solo frente al piano: él y yo solos, cara a cara, instintivamente me acerqué a sus teclas y tuve la osadía de tocar –eso, sí—con una gran timidez, de pulsar aquellas blancas teclas. Las negras, casi ni las había visto.

Y como si balbuciera, acaricié una a una las primeras teclas: do,.. re… mi… fa… sol… la… si…. Y quedó esta nota sonando en el aire.
Y repetí con más seguridad la escala. Qué belleza estas notas tan simples…

Es curioso que con siete notes musicales se puedan realizar tal infinidad de músicas y de canciones que componen muchos músicos de miles de lugares….

Si te das cuenta, ¡Cuánto se puede hacer con tan poco! ¡Cuántas composiciones, cuantas melodías se han escrito con tan pocas notas!

De una manera parecida, con nuestros brazos y nuestras piernas, nuestro cuerpo puede desarrollar infinidad de movimientos y ser constructores de todo lo que necesitamos …

Pero no acaba todo aquí: Porque, además, combinados nuestros cuerpos con las músicas se producen infinidad de danzas que convierten nuestra vida en una gran fiesta…

Ahora, fíjate:
Si nosotros con Siete Notas podemos crear unas sinfonías maravillosas que nos llevan al culmen de la fiesta, cuánto más el Espíritu Santo, con sus Siete Dones, hará de nuestra vida el más bello concierto.