Nos sorprende el episodio del evangelio de Juan (Juan 11, 45-57), en el que explica que Jesús de Nazaret resucitó a su gran amigo Lázaro, hermano de Marta y de María. Sabemos, sin embargo, que Lázaro resucitó para volver a morir más tarde, cuando llegó su hora. Con ese “añadido de vida”, renacería en él la alegría de vivir; sería una profundización en este tesoro que tenemos de existir.
Lo cierto es que: o abrazamos con alegría nuestra muerte o no podemos abrazar con total gozo nuestra vida, que es mortal. Si nos fastidia la muerte, no nos acaba de contentar una vida que es finita. Sin darnos cuenta de que: o somos seres mortales o no existiríamos; de manera que ¡qué suerte ser mortales porque eso quiere decir que existo! y no tengo otra posibilidad de existir más que ésta.
De aquí sacamos una consecuencia: solamente el que está abrazado con alegría plena de su vida, que es limitada, éste tiene posibilidad de “perder el tiempo”. Puede parecer una paradoja esto de perder el tiempo, cuidando de unas plantas, conversando con los demás, encontrándose sencillamente con los amigos, sin prisas, … se tiene tiempo de todo.
En cambio, el que patalea porque no le gusta ser perecedero (querría ser un Dios inmortal) le gustaría vivir sí, pero con una vida inmortal; es decir no ser limitado, si no, ser un dios. Entonces, como está rabiando, queriendo ser un dios, crece su ambición: lo quiere abarcar todo, lo quiere saber todo, lo quiere tener todo, … como si fuera un dios; y entonces no tiene tiempo para nada, porque emplea todo su tiempo en tratar de conseguirlo todo.
Queriendo ser lo más parecido a un dios, no llega a realizarse como persona. Y como no es un dios, resulta que el ambicioso no tiene tiempo para hacer nada de provecho para los demás y la sociedad.
Sin embargo, el que es humilde, el que está contento con ser nada más que lo que es, tiene tiempo para todo; tiene sosiego y tiene paz para todo; y todo lo hace con tranquilidad y bien.
Aunque parezca una paradoja, que, por tener menos tiempo, deberíamos tener más angustia y menos tiempo para todo. Pues no. Al revés; cuando se ha aceptado no ser un dios, se tiene tiempo para todo, para sí mismo y para el bien común. Y lo contrario, los del enojo porque no están conformes con esta vida, que dicen: “yo que existo, debería tener la existencia plena, ilimitada, infinita”. Parece como si el no tenerla, fuera un robo, una frustración, una estafa por parte de Dios.
Ese orgullo, les hace pensar: “Yo si tuviera tiempo llegaría a saber tanto como Dios y sería tan poderoso como Él. ¡Si tuviera tiempo…! pero claro, como me muero…”!… Y se sienten como un dios frustrado.
Estas personas (en el fondo somos todos nosotros) nos parece poco pedestal la realidad de la vida. Con ambición de dioses nos parece poco y no nos ocupamos de las cosas.
Al revés de aquel que está contento con ser lo que él es, porque es su única posibilidad de existir en el medio del universo, es ser un hombre, un ser humano. Entonces el cosmos es algo muy interesante, algo muy bello, es nuestra casa, es lo que uno tiene que cuidar, es nuestro reino. Así, el que está contento de vivir tal como es, cuida con mimo el mundo y las cosas.
Cuidar la creación, lo que uno tiene alrededor: indagar en la ciencia, investigar con cariño para ir descubriendo los entresijos de este universo en el cual vivimos y formamos parte.
Si es así, hay tiempo de ajardinar este mundo y hay tiempo de dejar hermoso todo lo que tenemos a nuestro alrededor.
Hay tiempo.
Los ambiciosos desprecian el mundo, el cual les parece poco, y no tienen tiempo de arreglarlo y mejorarlo. El humilde, en cambio, tiene paz, tiene tiempo y le gusta. Disfruta, es feliz cuidando animales domésticos y plantas, las cosas y las personas de su alrededor y cuidar nuestro mundo.
Texto: Josep Lluís Socías
Espacio Dolores Bigourdan n. 179
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